El viejo
A Ángel Crespo
Cuando
las cosas se van, cuando las cosas
recogen sus cosas del
armario,
y dicen que se van,
y por última vez en la
puerta se vuelven,
y sus ojos te dejan
-llamándote- en los ojos,
y tú no les contestas
porque hay lluvia en el
pecho,
porque una voz te llama
pasando su lengua por tu
mano,
y ese viento
con su rabo feliz
ahuyentando la vida,
y esa luz de pronto, esa
luz airada
golpeando de pronto
la ventana con sus
dientes -llamándote-,
luz que entra
y al llegar a la cama se
detiene
y te observa en medio de
lo oscuro
como águila al conejo
que asustado bajo una zarza llora.
Es inútil levantar la
mano. La mano no se mueve.
Inútil es también abrir
la boca.
La boca no puede cantar,
la boca no sabe cantar
cuando las cosas te
miran
y no te reconocen y
dicen que se van,
que nada queda ya que
las retenga en la casa,
nada de todo cuanto
hubo, nada que no sea
ese viejo austero y
recostado como un bronce
que mirando al Sur bajo
la salicaria duerme,
y en cuyos ojos fríos
los pájaros vienen a morir,
y no lo saben.
De El Libro del Santo Lapicero
Valdepeñas, 2000
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