En Helsinki firmé un contrato para mi próximo libro...
y pensé en el socialismo.
Acompañamos a Popescu a la estación
y después fuimos al mercado a comprar un lucio.
Guisaré el lucio hoy.
El socialismo es una nostalgia diferente a mi nostalgia.
Cuando una mujer empieza a hablar sin saber lo que dice
es mejor que se vaya si sabe adonde ir.
Los elementos se contaminan.
No estallaremos en pedazos ni nos derretiremos
hasta petrificarnos.
El poder está escapando de las manos de todo el mundo
y el usurpador del poder ya no sabe dónde meter la mano.
Pero yo no quiero poner a tender mis opiniones para que se sequen.
* * *
De mi viaje a Helsinki no me quedó nada en la mente.
Ya he regresado.
Aplico insecticidas al busto de Stalin,
tiene un aspecto agradable con las moscas muertas en el pelo.
Dicen cosas malas de Stalin,
es fácil sobre los muertos,
pero, qué hizo peor que los demás:
Mandó construir un horno y echó en él a los constructores.
Qué es lo que quiero:
verano y campánulas,
frescor bajo los pies.
* * *
Hay que hacer sopa de ortigas mañana,
en verdad que es algo bueno porque
me trae recuerdos,
mi madre nos mandaba a recoger ortigas,
hacíamos café de raíces de diente de león —eran tiempos de guerra—
cuando no tenía más padre que uno de permiso.
* * *
It’s a hard day’s night.
Hace fresco
cuando entro en el bosque, polla en mano,
buscando un lugar para mear.
Cuando esta tarde estaba tumbado de espaldas con dolores
pensé en algo que debería asustarme,
que todo lo que he hecho es negro sobre blanco;
pero no me asusta.
Cuando vuelvo de mear, todo el mundo estaba dando conferencias
hablando todos a la vez sobre la virginidad, gritando terzetti
en estéreo sobre la HI FI erótica, con la vela inclinada
y mi Stalin serio con la cabeza ligeramente inclinada.
La radio anuncia noticias,
después un programa sobre los sueños;
todo el mundo tiene mucha prisa para contar el suyo,
porque es el mejor.
Ahora todo ha pasado y ese lecho no era aún mi lecho de muerte
aunque tuve ocasión de pensar así cuando mi corazón se hizo puño;
en la otra almohada había un sombrero vacío
y vi el lado divertido del asunto.
¿Hubiese hecho reír a Tuula ese sombrero de paja?
No; no la hubiese hecho reír,
ella simplemente se hubiese echado a llorar. Oh, cómo la quiero.
en Katselen Stalinin pään yli ulos (1969), incluido en Poesía nórdica (Ediciones de la Torre, Madrid, 1999, ed. y trad. de Francisco J. Uriz).
(Fuente: Asamblea de palabras)
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