(El mensaje imperial)
Kafka relata que el Emperador ha enviado para ti,
mísero súbdito,
un mensaje desde su lecho de muerte.
Le ha pedido al mensajero que se incline para que guarde
las palabras exactas.
Todos los habitantes del imperio aguardan en silencio.
El mensajero sale corriendo, pero no acaba de atravesar
los cuerpos de tantas personas,
las estancias del palacio, los patios de una geometría escandalosa,
los jardines, los pabellones de jade,
las escaleras.
No encontrará la salida.
Nunca alcanzará la puerta de tus oídos.
Solo el Emperador y el mensajero conocen el mensaje
y desaparecerá con ellos.
No hay moral ni sentido en el relato de Kafka. Apenas una pureza,
una curiosidad punzante,
el dibujo de una sonrisa vacía que se reclina
en unos cojines de seda.
Esta tarde, mísero súbdito, debo ser el Emperador y el mensajero.
No traigo un aviso imperial para ti. Apenas una confidencia austera, insignificante:
el amor de las orugas en sus sarcófagos de hilo
que se desvanece cuando las hierven
para conseguir la seda
es idéntico al tuyo.
(Danza de apareamiento de las aves orientales)
Como somos tantos, danzamos en el aire cercado.
Como no hay bosque, nos apiñamos en la percha, en la caligrafía
de los barrotes de mimbre.
Como perdí mis ojos, maldigo mi ceguera,
el tacto de cada una de mis plumas.
Estoy en China, al oriente del oriente, en un territorio parecido
al País de la Magia de Michaux.
Los mercados están llenos de animales y se escucha un ruido
ensordecedor en una jaula vacía. Deben ser pájaros desesperados,
le dijo Michaux al vendedor. Sí, respondió, chillan, porque son muchos
y necesitan espacio.
Como no hay espacio, seré Buda, el pájaro que nunca se verá
o que ya fue visto, el reclamo inmemorial de esta masa de hembras
y machos,
ávidos de apareamiento, de vacío.
Cesa la danza, cesan vientos arenosos.
Cesa el revoloteo, el ruido de los pájaros en el mercado.
Gordos Budas se los comerán:
los machos en jugosa salsa de hembra.
(Última ventana de oriente)
Mi Cathay es interno. Está hecho con esquirlas extraviadas
del Kublay Khan de Coleridge. Allí corre el río Alph
por cavernas inmensurables
y por Nihon y Sri Lanka.
Mis ropajes de seda y piel humana dibujan el mapa del imperio
con todos sus astros y provincias.
Con los años me he vuelto un eunuco, un Fenghuang.
Deambulo por los aposentos de mi palacio.
y me contento con los animalillos
que vienen a lamer mis manos:
Esfinges,
Dragones, Perros, Aves canoras de gargantas de láudano,
Tortugas que cargan libros en sus caparazones
Salgo a ver la gran muralla, a despedirme.
Me dicen que desde la tierra de los mongoles
ha llegado un idealista sentimental
a poner bombas en mi palacio.
Después me arrojará por la última ventana
de oriente
para que me devoren los cuervos.
(Fuente: Taller Igitur)
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