Me refalo
en las notas canoras
que Messaien
creyó casi divinas,
y bebo el vino falaz
taconeó en mi garganta.
No soy el millón
ni el centavo.
No soy
la fortuna pecuniaria,
el derecho de observancia,
la manufactura espiritual.
No me interesa el yo
que nos impactó
desde las estrellas
y la teoría cuántica
de la perra que se creyó potrilla
y se revolcó
en la yerra
y en el ácido
que desboca el hígado
y las ganas de trajinar
pedregales y chañares.
No sé nada,
no a la manera socrática
ni la de los terrones salinos
que aquí y allá
erizan la huella.
Nada sé
y sólo soy feliz
mirando este programa
de la tele
y como sus ligeritas coquetonas
y sus asesores de imagen
nos indican
como preparar bróccolis
y vegetales rojos
que alargan la vida
y encienden cenizas
de jume y caña tacuara
para curar hemorroides
y aniquilar
la tortuosa desazón
imperio del planeta.
-Inédito-
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