"Leandre Cristòfol: El silencio diminuto e inmenso como la batalla de la rosa y el bisturí"
De
las ramas secas de los árboles cuelgan pequeñas masas gelatinosas que
despiden un brillo fosforescente. Los faroles se han convertido en
peceras, conteniendo los más multicolores y raros ejemplares. ¡Es
angustioso andar por las calles llenas de cenizas pisoteando tantos ojos
de vidrio! ¿Por qué han sustituido los huecos de las ventanas por
grandes esferas de reloj? Fue de pronto cuando me hallé en una de las
salas del antiguo Hospital de Santamaría y comprobé la inesperada
presencia de Leandre,
el cual se entretenía en hacer mover en lentas oscilaciones un guante
encarnado de goma dentro de una vitrina romboídrica. Debiéndose ello a
un naipe en el que se hacía notar la ausencia de toda figura, y que él
agitaba desesperadamente con la mano.
-Que
fas Leandre- le pregunté. Por toda contestación sacó una “Gillette” y
cortó por la mitad el naipe. En aquel instante en la pared de enfrente
se abrió un boquete rectangular que mostraba este insospechado paisaje:
una pirámide de yeso que proyecta una sombra azul en cuyo vértice hay
una piedra negra, lisa, redonda y pulimentada, y encima de ella tres
gotas de mercurio y un pájaro disecado.
Será
dentro de un mes que en la playa yo presenciaré la ausencia total del
mar y su sustitución por un extenso desierto de arena blanca y
brillante. Si, fue en este desierto cuando vi de nuevo a Leandre (entre
un paisaje lunar de mi infancia hecha de tres mil manos de alabastro con
raíces de seda), traducir en líneas orbitales sobre una pizarra los
mensajes luminosos que recibe el alto obelisco de cristal, de los peces
eléctricos que iluminan las inmensas bellezas submarinas.
Manuel Viola, incluido en Poesía surrealista en español (Éditions de la Sirène, París, 2002, ed. de Ángel Pariente).
(Fuente: Asamblea de palabras)
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