Poema de cumpleaños
El dolor vive en la atmósfera
como la electricidad. ¿Quién podría culparlo
por llegar primero? Algunos días,
en el metro, casi no puedo resistir
la tentación de rozar con los labios el cuello de cualquiera
que tenga enfrente: la frágil nuca de él, su lunar
tenebroso, los pelitos traslúcidos de ella. Tantas cosas
pueden pasarle al cuerpo. Ciática,
submarino, migrañas, balas
de goma, melanoma, manos cortadas puestas
con su par equivocado en bolsas de plástico y tiradas
a la parte de la autopista que en inglés llamamos “hombro”:
sé que la ligereza de la lista
es peligrosa, que el dolor que se inflige y el orgánico
no son lo mismo. Pero ambos son dolores.
Soy más religiosa de lo que pensaba,
o algo así. Espero mi turno. Le paso
las yemas de los dedos por la espalda a A. como
si ya estuviera lastimado; quiero saber
si tengo el bálsamo
que sé que esta vida va a reclamar. Hay huesos
que duelen para siempre, ojos borrados con ácido
nítrico, ingles que se desgarran en el parto,
una mujer que conocí en una clase de dactilografía de sexto grado
que murió tras subsistir a puro café negro
por más de lo que dura el ciclo vital de la cigarra periódica.
Mi fisioterapeuta me venda la rodilla con unos electrodos
que parecen prolijos nenúfares en miniatura. Me tiemblan los músculos.
Después usa una aguja, y se me escapa un grito
que nunca solté frente a nadie
que nunca hubiera estado dentro de mí. Perdón, dice en voz baja,
y sigue firme, Perdóname, lo siento.
¿Qué les pasa a las células humanas
que son miradas con amor? ¿Y a las que
miran? Una tarde
con A., en un cuarto en la costa, estábamos
en la cama con toda
nuestra piel casi quieta, una contra la otra,
casi resplandecientes, un par de horas antes de que el sol
se acordase de ardernos. Y nos miramos. Mira,
hinchazón por la gota. Mira, muñón de brazo. Mira, cicatriz de cesárea,
congelamiento, herida de arma blanca, y tú también, delicado esternón aún
intacto, miren la sangre invisible, sientan
su limpio golpeteo. Hoy cumplo treinta.
Éste es el regalo que le hago a mi cuerpo.
Éste es el regalo que le hago a mi cuerpo.
(Fuente: La parada poética)
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