martes, 19 de enero de 2021

Robin Myers (Nueva York, EE.UU. -1987)

 

 

Poema de cumpleaños

 

El dolor vive en la atmósfera

como la electricidad. ¿Quién podría culparlo

 

por llegar primero? Algunos días,

en el metro, casi no puedo resistir

 

la tentación de rozar con los labios el cuello de cualquiera

que tenga enfrente: la frágil nuca de él, su lunar

 

tenebroso, los pelitos traslúcidos de ella. Tantas cosas

pueden pasarle al cuerpo. Ciática,

 

submarino, migrañas, balas

de goma, melanoma, manos cortadas puestas

 

con su par equivocado en bolsas de plástico y tiradas

a la parte de la autopista que en inglés llamamos “hombro”:

 

sé que la ligereza de la lista

es peligrosa, que el dolor que se inflige y el orgánico

 

no son lo mismo. Pero ambos son dolores.

Soy más religiosa de lo que pensaba,

 

o algo así. Espero mi turno. Le paso

las yemas de los dedos por la espalda a A. como

 

si ya estuviera lastimado; quiero saber

si tengo el bálsamo

 

que sé que esta vida va a reclamar. Hay huesos

que duelen para siempre, ojos borrados con ácido

nítrico, ingles que se desgarran en el parto,

una mujer que conocí en una clase de dactilografía de sexto grado

 

que murió tras subsistir a puro café negro

por más de lo que dura el ciclo vital de la cigarra periódica.

 

Mi fisioterapeuta me venda la rodilla con unos electrodos

que parecen prolijos nenúfares en miniatura. Me tiemblan los músculos.

 

Después usa una aguja, y se me escapa un grito

que nunca solté frente a nadie

 

que nunca hubiera estado dentro de mí. Perdón, dice en voz baja,

y sigue firme, Perdóname, lo siento.

 

¿Qué les pasa a las células humanas

que son miradas con amor? ¿Y a las que

 

miran? Una tarde

con A., en un cuarto en la costa, estábamos

 

en la cama con toda

nuestra piel casi quieta, una contra la otra,

 

casi resplandecientes, un par de horas antes de que el sol

se acordase de ardernos. Y nos miramos. Mira,

 

hinchazón por la gota. Mira, muñón de brazo. Mira, cicatriz de cesárea,

congelamiento, herida de arma blanca, y tú también, delicado esternón aún

 

intacto, miren la sangre invisible, sientan

su limpio golpeteo. Hoy cumplo treinta.

 

Éste es el regalo que le hago a mi cuerpo.

Éste es el regalo que le hago a mi cuerpo.

 

 

(Fuente: La parada poética)

 

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario