Polifemo:
El pozo es una chimenea hacia el interior de la tierra. Un corredor negro,
saciar la sed de la hoz solar del mediodía. Cuando las golondrinas llegan de
su viaje por África a anidar en la alfarería mudéjar, traen en las alas el viento
del Nilo, un Favonio casi tibio con ojos de príncipe espartano. De sus cuellos
brota un resuello de tren, un clarín de resorte medieval que hace florecer los
suelos anegados. El agua del pozo estará, tarde o temprano, en nosotros,
jugosa y cerval, con una nota de ciruela manchega rojeando en nuestra esencia vestigial de cocodrilo: la huída, el garrote, el mordisco, el acto obediente de la digestión, el sueño sin ensoñaciones. El pozo se abre en nuestro cuerpo, una
noche clavada en la bitácora del alquimista, un manifiesto bioquímico de la máquina, el animal, el dios que nos habita, en fin, el cíclope que lleva por ojo la piedra filosofal.
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