No quiero vivir
en este mundo agonizante.
No.
Estas calles
y la sequía perpetua,
estas apachangadas moreras,
esta parra que planté
hace cuarenta años
y que arde con el cielo
pidiendo clemencia
a cambio de racimos y sombras.
No quiero
ni atrás ni adelante,
brotar cada mañana con estos reproches,
insomnios, moléculas extrañas,
este mundo de patotas
económicas, religiosas, ateas, bélicas,
culturales, deportivas, laborales,
y tantas telarañas
No quiero a los devotos,
a los pasionales ni gélidos,
los honores y lágrimas sedientas,
ni los disfraces ni los sueños
que el músculo y la idea extienden,
dándolos por ciertos.
No quiero
pieles de iguana arrancadas en vivo,
los confines del cielo
y la pobre verdad de las grutas,
las apagadas cenizas,
no quiero candados,
contraseñas para Wi Fi,
ni una alfanumérica
para entrar al baño
y dos para salir.
No quiero este mundo viejísimo,
estos deformes pedazos,
estos granos de maíz que se deshacen,
este barrio de olores domingueros,
quejidos y mandobles,
de escobas y mangueras
que se derraman en las veredas,
y ese perro hecho guiñapo por la sarna
y vecinos que le echan la Hilux encima.
No quiero estos libros,
estas revistas, estos mapas singulares,
y Montaignes, Nietzsches, Sénecas o Bukowskis,
y tutti quanti.
No quiero estos digresivos,
pedantes, embelequeros,
y colagogos renglones,
estos cultos y fetiches,
estos inyectables, este vaso de agua hervida,
este rencor que viene de mi madre,
este cartón colgado de la pared
que alude a un Carpaccio en otra Venecia.
No quiero un lector,
menos un cocodrilo,
el cuidado de la noche,
el septentrión que lse las tira de austral,
tampoco la sangre que no llegue al río.
- Inédito-
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