martes, 1 de noviembre de 2022

Alberto García-Teresa (Madrid, España, 1980)

 

4 poemas de ENTRE PARÉNTESIS (Poemas de la cárcel)

 




Decretaron una huelga de hambre

para todos los presos de la organización.


Lo decidieron fuera de los muros,

con la panorámica de quien observa el mundo

más allá de las rejas,

pero también del que únicamente

mira levantando la vista.


Resolviste obedecer a tu coherencia

y a ese sentido de justicia

que brota cuando se comparten

las manos para desbrozar la tierra.


Hambre son tan solo dos sílabas

que no pueden recoger los 150 días

de huelga,

que no se escurren entre tus 27

kilos de peso.


Algunas camaradas sorteaban la inanición

escamoteando bocados

escondidos entre ostentación de discurso.


Otras, llenas de honestidad,

os comprimíais con el vacío del estómago.


No juzgaste.

Tu altura no dependía

de un coro de aplausos.


En guerra de plenilunio

contra quienes rompían los tabiques

con los que habían sitiado el mar,

los legisladores prepararon un manto

que cubriera el reguero de fémures

tronchados que empapaba sus cimientos:

la alimentación forzosa

eran porras de hipocresía

sobre vuestra determinación.


Afilaron las agujas

a pesar de las resoluciones médicas.

Colocaron placas a las batas

e hincharon las bolsas de suero y pentaset

para frenar vuestra voluntad.


Se plegaban y desplegaban entonces

las puertas traseras de la Constitución

y corría por sus pasadizos secretos

la crudeza de la represión bulliciosa.


Flebitis, perspectiva de 48 horas de vida.

Camilla, hospital, desprecio y

el chantaje de la insolidaridad para doblegarte

(“tus compañeras ya se la han puesto”).


Con tus brazos amarrados, con la rabia

del verdugo complacido,

penetraba la vía que te inyectaba

nutrientes y sometimiento.


Tu cuerpo absorbía los primeros.

Tu mente escupía el segundo.


Con sondas nasográsticas,

enturbiada de cables,

ondeaba la tramoya del sistema:

nos importa la vida”,

susurraron los labios del ministro.


La comida se convirtió en agresión.


Alardeaba la torturadora de su poder

ya asépticamente desinfectado:

cuarenta veces que te quites el suero,

cuarenta veces que te lo pongo”.


Y tu hija, mientras tanto.


Quienes enclaustraban tus pulmones

y computarían tu muerte,

únicamente querían presentar a la prensa

tus latidos:

pum-pum, pum-pum.


Que su bombeo continuase

acristalando la farsa de su democracia.


Pum-pum, pum-pum.


Eras un sistema que protege la vida.


Pum-pum, pum-pum.


Eras una mujer a la que salvar de sí misma.


Noventa días de alimentación forzosa.

Aislada, sobre sábanas blancas,

entre almohadas de recursos judiciales.


Pero la batalla realmente se libraba en tus órganos,

no en las líneas comunicadas a los periódicos.


Se puso fin

sin obtener ninguna victoria

salvo el no haber sido cómplices

ni sumisas, pero arrastrando cicatrices

más duras que el desgaste celular

o el terremoto de tus venas:


un marido muerto

y una hija huérfana.



**


¿Cómo no fracturarse de vulnerabilidad

si hasta quien debía sanaros

tenía los nudillos apestando a tortura?


No vigilaban vuestras venas;

las arrastraban hasta el delirio.


Su medicación os buscaba aletargadas

como girasoles dentro de la oscuridad.


Sus ojos os manoseaban

y asomaba su generosidad por sus braguetas.


De hecho, aprendiste

a controlar tu pulso

para evitar ser llevada ante sus batas.


¿Cómo olvidar su violencia

con sus sondas, sus vías,

su entramado de cables

o el balanceo que susurraban

a tu camilla para marearte

durante la alimentación forzada

de la huelga de hambre?


Pero también recuerdas la ternura

de aquel enfermero que sacó del módulo

y se llevó cautelosamente

a tu hija de un año al hospital

cuando te negaron su asistencia

y tu derecho a acompañarla esposada.


El brillo de algunos ojos

te abrió los muros allí dentro.



**


Lo paraestatal es un sostén del Estado.

Su trabajo en tinieblas

apuntala su maquinaria y su escaparate.


Para que las letras de la democracia resplandezcan

(ante la CEE, la ONU, la OTAN

o la propia fe de la ciudadanía),

resulta fundamental, como riada que arrastra el lodo,

que lo paraestatal estatalizado

barra desde las esquinas

todo aquello que la problematiza,

que la agrieta, que la pone en evidencia;

a esas urnas colocadas sobre taburetes franquistas,

a esos dedos que recuentan los votos

empolvados aún de dictadura.


Tu cuerpo torturado

es un bien necesario para su funcionamiento.

La no aplicación de las resoluciones

judiciales que os dan la razón a las presas

es el óxido que fortalece sus barrotes.


Las placas volteadas

y sus chasquidos rodean la ley,

cercándola con sus surcos,

pero la limpian de malas hierbas.


Para que la democracia

continúe siendo democracia.



**


No accediste a la treta

de intercambiar explotación laboral

por permisos penitenciarios.


Se hilaban eufemismos

bajo el telar democrático neoliberal.


Te quedabas sola en el pabellón

mientras otras presas ofrecían sus brazos

malnutridos por el rancho

a empresas textiles españolas

de relumbrante prestigio.


Las presas cosían ropa de marca

con marcas de barrotes.



 

 

Alberto García-Teresa. Entre paréntesis. Poemas de la cárcel (Agita Vallekas, 2022)

 

(Fuente: Voces del extremo)

 

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