Mi expedición imposible
De niño yo quería ser Marco Polo
Cristóbal Colón y Magallanes juntos
me imaginaba James Cook y Roal Amundsen
y hasta el Doctor Livingstone supongo.
Perderme entre las olas de seda de la China milenaria
gritar tierra a la vista
plantar la suela de mi zapatilla
en la nieve virgen de la Antártida
poner nombre a ríos que aún no existen
descubrir en un recodo de la selva unas cataratas grandiosas
y llamarlas las cataratas de Miguel Martínez
subir a las montañas bajar a los volcanes
y todas esas cosas que exploran los exploradores.
Pero si me daban a elegir una sola expedición
la que yo verdaderamente imaginaba
era una expedición imposible
un viaje al interior del cuerpo de mi madre.
Me convertía en un explorador microscópico
y descendía por la garganta de mi madre haciendo rapel
en el estómago mientras una tribu de ácidos caníbales
pretendía devorarme
yo conseguía escapar a lomos de una bacteria.
Ya en el torrente sanguíneo de mi madre
junto a miles de glóbulos rojos
navegaba rápido de vena en vena y de arteria en arteria
con una de esas canoas llenas de átomos de oxígeno
hasta que llegaba al pulmón izquierdo
y allí bajo un cielo de bronquios y alveolos
soportando tornados y tormentas
pasaba sed y hambre, pero seguía buscando
y nunca dejaba de caminar
hasta que por fin un día luminoso lo encontraba
y conseguía destruirlo:
Aquel azul, recién nacido, estúpido y absurdo
tumor.
En: Filosofía de la cuchara
Ediciones Cálamo
(Fuente: Papeles de Pablo Müller)
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