La única luz
(Traducción al español de José Luis Reina Palazón)
De Viaje
Hay una hora que hace del polvo tu escolta,
de tu casa en París, lugar de sacrificio de tus manos,
de tu ojo negro, el más negro ojo.
Hay una estancia donde un tiro de caballos se detiene para tu corazón.
Tu cabello quisiera ondear en el viento cuando te vas- eso le está prohibido.
Los que se quedan y hacen signos de adiós no lo saben.
En Egipto
Tú debes decir al ojo de la extranjera: sé el agua.
Tú debes buscar en el ojo de la extranjera a las que sabes en el agua.
Tú debes llamarlas que salgan del agua: ¡Rut! ¡Noemí! ¡Miriam!
Tú debes adornarlas cuando yaces con la extranjera.
Tú debes adornarlas con el cabello de nubes de la extranjera.
Tú debes decir a Rut, a Miriam y a Noemí:
¡Mirad, yo duermo con ella!
Tú debes adornar a la extranjera que está contigo mejor que a ninguna.
Tú debes adornarlas con el dolor por Rut, por Miriam y Noemí.
Tú debes decir a la extranjera:
¡Mira, yo dormí con ellas!
Nemoroso
Nemoroso, por ciervos bramado,
acosa el mundo a la palabra,
que en tus labios se retarda
encandecida de esto demorado.
Él la arrebata y tú la sigues,
la sigues y tropiezas –sientes,
como un viento en que largo confiaste,
el brazo te dobla del brezo en redor:
quien desde el sueño vino
y hacia el sueño se volvió
puede mecer lo hechizado.
Tú lo meces bajando a las aguas,
donde se mira el martín pescador
cercano al no-lugar de los nidos.
Tú lo meces bajando por la trocha
que en lo hondo del ascua de los árboles ansía la nieve,
tú lo meces hasta la palabra
que allí nombra lo que ya es blanco en ti.
La única luz
Las lámparas del espanto son claras, también en la tempestad.
En la quilla de las barcas frondosas se acercan frías a tu frente;
deseas que se estrellen en ti, ¿pues no son cristal?
También oyes ya la leche gotear, para que bebas de los trozos
el jugo que en sueño sorbiste de las espejos del invierno:
se te puso el corazón lleno de copos, tus ojos están llenos de hielo,
tu cabellera rebosante de espuma del mar, te lanzaron pájaros…
Tu casa cabalgó la lúgubre ola, pero albergaba una estirpe de rosas;
tal arca abandonó la calle, así fuiste salvado por la desgracia:
¡Oh blanco hastial de la muerte- su aldea como una Nochebuena!
Oh vuelo en trineo por el aire-pero volviste de nuevo, atrás
trepaste al árbol como un niño, allí ahora estás vigilante:
aquella arca flota aún cerca, pero la llenan las rosas del todo,
pero se acercan presurosas las barcas con las parpadeantes lámparas del espanto:
tal vez te estallen las sienes, salta a tierra entonces su tripulación,
entonces monta las tiendas aquí, entonces tu cráneo se comba a los cielos-
te rebosa la cabellera de espuma del mar, tu corazón está lleno de copos.
Cineraria
Venablo, ave de paso, ha tiempo que el muro fue sobrevolado;
la rama sobre el corazón ya es blanca y la mar sobre nosotros;
la loma del abismo frondosa está de estrellas del mediodía-
un verde sin veneno como del ojo que ella abrió en la muerte:
ahuecamos las manos para recoger el reguero del torrente-
el agua del lugar donde oscurece y a nadie se le alcanza el puñal;
tú entonaste también una canción y nosotros trenzamos una reja en la niebla:
tal vez venga aún un verdugo y nos vuelva a latir un corazón,
tal vez una torre ruede sobre nosotros y alcen una horca entre júbilo,
tal vez una barba nos desfigure y enrojezca su pelo rubio…
La rama sobre el corazón ya es blanca, el mar sobre nosotros.
El secreto de los helechos
En la bóveda de las espadas se mira el corazón verdefrondoso de las sombras.
Relucientes son las hojas: ¿quién en la muerte no demoraría ante los espejos?
También se escancia aquí en jarros la viva melancolía:
en flor que sube entenebrece, antes de que beban, como si no fuera agua,
como si fuera aquí una margarita, preguntada por más oscuro amor,
por una almohada más negra para el lecho, por una más grave cabellera…
Aquí sin embargo sólo se teme por el brillo del hierro;
y si destella una cosa aquí todavía, sea pues una espada.
Vaciamos el jarro de la mesa sólo porque somos huéspedes de los espejos:
que uno salte en dos, donde somos verdes como fronda.
Música de noche
Un agua humeante se precipita de las cavernas de los cielos;
tú sumerges en ella tu rostro, antes que la pestaña se vuele.
Pero queda en tu mirada un fuego azulado, yo me arranco mi vestidura:
entonces te alza la ola hasta mí en el espejo, tú deseas un blasón para ti…
Ah, era tu cabellera también mohocastaño, tan blanco también tu cuerpo-
los párpados de los ojos están rosamente tendidos como una carpa sobre el país de la nieve:
yo no acampo allí mi corazón barbado, en primavera no florece el arbusto.
La arena de las urnas
Verde de moho es la casa del olvido.
Ante cada de las puertas al viento azulea tu juglar decapitado.
Él te toca el tambor de musgo y amargo vello de pubis,
con supurante dedo del pie pinta tu ceja en la arena.
Más larga la dibuja que ella era, y el rojo de tu labio.
Tú llenas aquí las urnas y nutres tu corazón.
La última bandera
Cazan un venado color de agua en las marcas del crepúsculo.
Así que átate la máscara en redor y píntate de verde las pestañas.
El cuenco con los plomos soñolientos lo pasan sobre mesas de ébano:
de primavera en primavera espuma aquí el vino, tan corto es el año,
tan flamante el premio de estos tiradores: la rosa de la extranjería-
tu barba en extravío, la vana bandera del troncón.
Corona
En mi mano como el otoño su hoja: somos amigos.
Descascaramos el tiempo de las nueces y le enseñamos a andar:
El tiempo retorna a la cáscara.
En el espejo es domingo,
en el soñar se duerme,
la boca dice verdad.
Mi ojo desciende al sexo de la amada: nos miramos,
nos decimos lo oscuro.
Nos amamos uno al otro como amapola y memoria,
dormimos como vino en las conchas,
como la mar en el rayo de sangre de la luna.
Estamos abrazados en la ventana, nos miran desde la calle:
ya es tiempo de que se sepa.
Ya es tiempo de que la piedra se avenga a florecer,
que a la inquietud le palpite un corazón.
Ya es tiempo de que sea tiempo.
Ya es tiempo.
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Obras completas
Editorial Trotta
España, 2009
(Fuente: Revista Altazor)
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