En la hora y las deshoras
en que la noche acelera
dulzuras del dia,
la brisa
cae serrana
sobre los jarillales y coirones.
Y augura
el inminente sonrojo
del valle
que se encorva
y enrosca
de brazos y ventanas
al abrigo
del castigo
antojadizo
que vendra
desde arriba:
boca ancha del ancho cielo.
Desfiladeros y gargantas,
cuencas gredosas
y azules bajadas,
roca viva a sorber,
ecos en las cuestas,
ti ti de aves
y zi zi de culebras;
furibundos los anfiteatros
del zoico y el cretácico
que desgarra
el viento blanco,
su estricto arrebato,
su calmoso roer.
Esa ventaja
que se yergue,
grito lunar
y consuelo llano
es temblor
es ventura,
es tartajeo
que se juegan,
bronca inmadura,
abstinencia transitoria
y un hilillo
de agua salobre
corre
como quien esquiva tábanos
en las tribulaciones de agosto
que julio comenzara.
Y en la frontera
que se arde
y se ardía,
en los corredores riojanos,
en los abismos súbitos,
alla,
franqueado el Chinguillo,
un guanaco,
una detonación,
cuatro,
dedos batiendo
la distancia interrogada,
forma misma del cloroformo
y huella húmeda,
rito del esquimal
que arranca
con un gancho
los ojos del reno
y los devora
antes de matarlo.
Inedito
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