lunes, 24 de abril de 2023

Mario Montalbetti (Perú, 1953)

 

Una realidad que subyace a todo lo que se ha venido señalando 

 





 
 
No hay más silencio que el oscuro 
silencio de mi memoria
No hay más bosque que el opaco 
bosque de mi historia.
No hay más óvalos plazas senderos
que los que más habrán
enlazando piedras y peces
en el centro del viento huracanado.
No hay más brújula que los ojos cerrados 
apuntando al sur y al tigre.
No hay más tiempo que el cálido
tiempo del río
adelantándose retrocediendo deteniéndose 
entre los jorobados enanos
que mendigan una limosna bajo el campanario. 
No hay más rito que el transparente
rito de la ausencia.
Mi hermano aprieta el dedo y
toma una foto.

Mi abuela paterna conoció a mi tardío abuelo materno 
construyendo barcos en las playas
pies descalzos bajo la lluvia de estiércol
de nuestra fauna implacable,
Mí único tío también afincado en la costa 
crece viñedos bajo el sol duro de las dunas
y piensa en las gaviotas silvestres
blancas grises negras ágiles trozos de zinc. 
Mi tía compró una finca vive de sus rentas 
amistó con el párroco y conversa con el 
gordo panadero pariente lejano y gran tema.

No hay más domingo que la familia 
reunida alrededor de la mesa bajo el árbol 
en torno al vino de mi único tío y las pastas 
y carnes de mis primos,
Aquí está Steva con la red en sus manos
y setecientas lisas lomas cojinovas
en sus barcas imaginarias
paseando por los mercados de aves
y aquí está Vita peinándose
para asomarse a la ventana y ver la calle 
cuatro obreros pintan señales de tránsito 
sobre el asfalto.
Ahora los ojos de Vita valen más
que los ojos de mi tía
jugando canasta haciéndole trampas a mi madre 
y su amiga comentando el kilo de azúcar
y la edad de mi perra.

No hay más muertes que la incomprensible 
muerte de Giova también primo y boga
y el camino hacia lo alto de la colina
que provoca el llanto del hermano la asfixia 
de la madre y la serenidad del padre.

El alcalde del pueblo ha enloquecido luego 
de una borrachera y el síndico promueve 
almuerzos y lonches con los notables 
haraganes toscano entre dientes
y magras jamonadas de chancho sobre pan 
de maíz,
No hay más adivinanzas que las tibias 
adivinanzas del obispo a sus feligreses
los días de servicio usualmente dedicados a 
santos locales y mártires vecinos
ataviado de sombreros y cayados preguntando 
con el índice alzado
por las sequías de la zona norte donde
las cordilleras y los pastores impidieron 
levantar la capilla canallas
la condenación será eterna o no será.

Y aquí está Sandra ella
vive sobre los peligros del trompo y la corneta
y la propina escuálida del tío granjero
el primer pariente que subió en avión.
No hay más playas que los botes rojos y verdes 
inclinados al sol cubiertos de algas pasadas 
recuerdos de inactivas constelaciones que baten 
las alas del mal.
Y aquí está Filipo con la última estampita
del álbum canjeada por un rollo de pabilo
y un bolígrafo de tinta verde
usado de segundo a cuarto de primaria.

No hay más amor que el perdido
amor ni más tristeza que el amor que habrá. 
He amanecido en la estación del ferrocarril 
pegado a las bancas de madera.
He enterrado a mi séptima mujer
y el campo no me ha entregado la siguiente.

He caminado de vuelta a casa
Y he ocupado mi silla en la mesa de los 
domingos bajo el árbol en torno al vino
de mi tío costeño
y he escuchado a mi padre decir
mi padre le pasa el palto de uvas a mi madre 
y la besa
que no soy fotogénico.



en Perro negro, 31 poemas, 1978



(Fuente: Descontexto)

 

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