HORIZONTES
HORIZONTES
Quiero el amor del suicida,
el proscrito,
levando anclas hacia la deriva
de un mar en llamas,
sin nada por temer.
Quiero acariciar
su costado herido,
recoger sus pasos,
cegar la emboscada,
endulzar el cáliz
de la prueba;
ofrecer morada a su cansancio,
no dejarlo perecer.
Socorrer el abrazo
que nunca nadie
correspondió
bajo aquella helada
hasta los huesos.
Limpiar el legamo
en sus ojos
con ungüentos y saliva,
compartirle
el buen reposo del arrullo
crepitante del fuego.
Abrigar al niño que fue
y susurrale con dulzura
que nada es cierto,
que no tema,
que de sus manos
volarán palomas,
si logra liberarlas del miedo.
Sembrar en su mirada
horizontes,
más allá de la ceniza
y el calvario
empozados en su pecho.
Pisotear los alacranes
que el vituperio y la sorna
lanzaron contra su rostro.
Desclavarlo de su cruz.
Sólo el valor
de quien ha perdido
todas las batallas
contra los impostores
sabrá abrise camino,
iluminado por las cicatrices,
sin extraviarse
entre la noche
que sobre mi alma ha caído,
y amar con el asombro
de quien ya nada espera,
porque por primera vez
ante nuestros ojos
insólitamente
habrá amanecido.
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