A nadie le importa quién gana
A nadie le importa quién gana las guerras.
Nos importa en el momento de ganar,
nos gustan los desfiles, los vítores;
Una copa de plata en la repisa de la chimenea
grabada con alguna fecha,
un tesoro de botones, arrancados de cadáveres,
como souvenirs; un gesto ignominioso
cometido en un golpe de ira incandescente,
apartado de la memoria.
Tuviste pesadillas, te llevaste algo de botín.
No hay mucho que decir.
Fue una buena época, piensas.
Nunca me sentí tan vivo.
Sin embargo, la victoria te desconcierta.
Algunos días te olvidas de dónde la has puesto,
aunque hombres más jóvenes pronuncian discursos sobre ella
como si también hubieran estado allí.
Por supuesto es mejor ganar
que no hacerlo. ¿Quién no lo prefiere?
Perder, sin embargo, es diferente.
La derrota crece como una planta mutante,
se hincha con lo que no se dice.
Siempre está contigo, se expande bajo tierra,
se alimenta de lo que se ha perdido:
tu hijo, tu hermana, la casa de tu padre,
la vida que deberías de haber tenido.
Nunca está en el pasado, la derrota.
Empapa el presente,
mancha incluso el sol de la mañana
del color de la tierra quemada.
Finalmente, rasga la superficie.
Estalla. Estalla en forma de canción.
Largas canciones, ¿comprendes?,
que continúan y continúan.
(Fuente: Revista El Humo)
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