SÓLO
UN PASEO
La
carretera o el salvaje sendero de tu vida
nace
en el vientre del cosmos
y
se adentra en un bosque.
Ahí
conoces la solemnidad
del
aroma y la resina que después
serán
el aguarrás
en
que se han de disolver tus días.
Algo
se arrastra a un lado del camino.
«Es
el amor»,
piensas,
y
ansías la mordedura,
pero
el siseo desaparece
entre
las hojas de hierba simbólica.
El
futuro cae como una bellota a tus pies,
canta
la zarzamora,
roja
de espejismo, al alcance de tus ansias.
Entras
en la espesura
y
crees que atrás dejaste
el
bingo de las circunstancias,
pero
un aullido surge cuando escarbas
entre
los restos de tu biografía.
Tu
piel comienza a craquelarse,
crepita
tu garganta,
la
mariposa de la muerte
emprende
vuelo nocturno por tu sangre
y
choca contra la oscuridad
de
todo lo que has perdido.
Estás
en el camino
y
te rebasan, veloces,
los
ciclistas que van hacia el acantilado.
En
el caparazón de la tortuga
sientes
que hay una verdad
impenetrable.
Piensas
en el río que te resume y te sucede,
en
las dársenas donde la memoria estiba
sus
fardos de melancolía,
en
el taimado cocodrilo de las horas,
en
las fauces donde podrías terminar
como
alimento de ese ganado anfibio.
Al
fondo,
miras
el esplendor sangrado de la tarde.
Es
el final del viaje.
No
hay más.
La
apresurada cinta del camino
te
arrastra a la colina.
(Fuente: Bitácora del Párvulo)
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