Mientras nos abrazábamos
Mientras nos abrazábamos
trotaban afuera los corceles apocalípticos.
¿No los hemos oído? ¡Claro que sí!
Los hemos oído, pero el sonido era tan lejano
que solo era un estorbo para nosotros,
un titular de periódico, una voz radiofónica.
Me perseguían ya una vez más;
de milagro he escapado
ileso de ellos; sí, ileso,
y por ello no vale nada esta muerte
que ya entonces me había amenazado.
Yo soy solo uno de tantos.
Titulares de periódicos y noticias radiofónicas
construyeron las paredes de la caverna en la que nos hallábamos,
y rojo era el tejado del brillo centelleante
de las ciudades que se quemaron por todas partes.
No fue un placer verte, pero al alzar la mirada
tuvimos que verlo.
No cerramos los ojos por cobardía y
tampoco por indiferencia ante un cuerpo extraño
quisimos no oír;
no para huir quisimos encerrarnos en nosotros,
sino porque ahora tal vez cada uno ha de buscar
a aquel a quien le valga un último pensamiento,
cuando se trata
de que la muerte no sea un completo sinsentido.
¡Oh, no debemos morir en un completo sinsentido!
Muchos se han restablecido de una enfermedad grave
o han escapado de otro modo a la muerte, pero solo
quien ya se ha puesto ante la puerta,
detrás de la cual los hombres son torturados hasta alcanzar el estado animal
hasta que han de entregarse a la muerte sin su yo,
solo ese sabe lo que es el sinsentido.
Así me ocurrió a mí y quizás tú lo sospechabas
cuando me buscaste.
De otro modo no habría sido posible que
nos abrazáramos, aunque afuera
trotaban los corceles apocalípticos,
y supimos que su coz
parte un cráneo lo mismo que una nuez.
© herederos de Hermann Broch
© Montserrat Armas y Rafael-José Díaz, de la versión al castellano
de: En mitad de la vida. Poesía completa. Ediciones Igitur. Barcelona. 2007.
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