El Profeta
Atormentado por una sed espiritual,
erraba yo por un tenebroso desierto,
y en la encrucijada de un sendero
se me apareció un serafín de seis alas.
Con sus dedos, ligeros como un sueño, tocó mis pupilas
que se abrieron como las de un aguilucho alarmado;
tocó mis orejas, y éstas se
colmaron de ruidos y rumores,
y comprendí la arquitectura de los cielos
y el vuelo de los ángeles sobre las montañas
y la senda de miles de animales submarinos bajo las olas,
y el trabajo subterráneo de la planta que germina.
Y el ángel, inclinándose sobre mi boca,
me arrancó mi lengua pecadora,
la habladora de frivolidades y de mentiras,
y entre mis labios helados su mano ensangrentada
puso el dardo de la serpiente sabia.
Con su espada hendió mi pecho
y me arrancó el corazón palpitante,
y en mi pecho entreabierto hincó un ascua ardiente.
Como un cadáver, yo yacía en el desierto,
y la voz de Dios me llamó:
—levántate, profeta, mira, escucha,
que mi voluntad te inunde,
y recorriendo los mares y las tierras,
incendia con la Palabra los corazones de los hombres —.
me arrancó mi lengua pecadora,
la habladora de frivolidades y de mentiras,
y entre mis labios helados su mano ensangrentada
puso el dardo de la serpiente sabia.
Con su espada hendió mi pecho
y me arrancó el corazón palpitante,
y en mi pecho entreabierto hincó un ascua ardiente.
Como un cadáver, yo yacía en el desierto,
y la voz de Dios me llamó:
—levántate, profeta, mira, escucha,
que mi voluntad te inunde,
y recorriendo los mares y las tierras,
incendia con la Palabra los corazones de los hombres —.
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