lunes, 6 de mayo de 2019
Giorgio Caproni, ( Livorno, Italia, 1912 – Roma, 1990 )
Aria del tenor
Andante, un poco convulso.
Listos a atacarse.
En la ruptura, ahora.
Cada uno detrás del tronco
de un acebo.
Se espiaban.
A pocos pasos.
Nunca
los embargó
una alegría tan ardiente.
Casi
se amaban.
Copulaban.
En el odio que los calcinaba, casi
hubiesen querido abrazarse
antes de disparar.
Puede darse
que haga este tipo de bromas
el amor, cuando es total.
En torno, ningún animal.
Ni una sombra.
Solos.
Empezó a nevar.
Liebres blancas.
Blancos
helechos, entre juníperos
de Árbol de Navidad.
Todo un blanco mental
de blanca infancia.
Un mar
blanco de alegría, entre los acebos
que se hacían negros
en la blancura de los pensamientos.
Se odiaban, enternecidos
hermanos.
Abel
y Caín.
En roles
reversibles.
Imágenes
de un mismo destino
o amor perfecto.
¡Solos!
Un hombre solo en dos.
Dos hombres en uno.
Dos yos enfrentados.
Un solo yo.
Gozaban.
¿Acaso ambos sabían
que el hombre se mata a sí mismo
–el hombre –matando al otro?
Orgasmo del suicidio.
En la lenta instilación
de la hora, iban sorbiendo
la propia muerte.
¡Solos!
Todavía nevaban
liebres de silencio y helechos.
Hacía un año que se acechaban,
en los lugares donde más vivo
era el tumulto.
En el puerto.
En la estación.
En los retorcidos
intestinos de la city.
En vano.
La culpa les había dado una mano.
Ofrecido una ocasión.
Ahora, saboreaban lentamente
el instante.
Llegada por fin
la hora del exterminio.
Listos para atacarse.
En la ruptura.
De pronto,
un sobresalto.
Ninguno
de los dos quería ser el primero
en disparar el arma.
Apretaron
a quemarropa el gatillo.
Los vi caer juntos
bajo la ráfaga.
El aullido
que lanzaron, golpeó mi pecho
como plomo.
Huí.
Me quema en la memoria,
aún, mi vil victoria.
Traducción Ricardo Herrera
(Fuente: Caína bella blog)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario