viernes, 26 de noviembre de 2021

Eugenia Cabral (Córdoba, Argentina, 1954)

 

SAGITARIO
 

Y fue el amor en sus sábanas de aceite, sus espumas cabalgantes, sus tropeles de palabras, sus cuellos que no regresan, sus espaldas claudicantes, sus mensajes amarillos;
en la desnudez, el gesto, el regazo, las carreteras, el té con masas, las banderas bajo el sol, las huidas, los tremedales, las dunas, agujas, caladuras, encajes, hilados, lentitudes, bajíos, extensiones, escarpas, pedregales, olivares. Arcos. El arco de mi cadera donde trashuma el universo. El arco del cráneo de los antepasados vencidos. El arco de la música y de la teoría perfecta. De la composición cósmica, orgásmica. De la tormenta eléctrica. El arco del vientre inseminado. El arco de la fe en el tiempo. El arco del tiempo. La lucidez del amor. El amor que toma un puñado de tierra y lo besa. Que hunde un cuchillo en la tierra y baila a su alrededor.
Y hablo de las hembras que desataron su cintura como quien retira la ceniza de las brasas y desplegaron los velos y los mantos sobre el lecho de infancia;
ellas, que adornaban sus orejas con pendientes de piedra de lava, que desvestían a los santos para ver el resplandor de la inocencia;
las bárbaras que azotaron a sus hijos con ramas de laureles muertos y lienzos funerarios, para que odiaran, así, la muerte y sus máscaras de bronce, de mármol, de fuego o estrafalario yeso…
las que tenían cogollos por yemas de los dedos, se perfumaban los pechos con hojas de libros increíbles y en la hondura de los ojos podía caberles la utopía;
aquellas que, con vidrios crujientes en el cerebro, alzaban su cornamenta frente a los fusiladores y las hendieron con dagas de amor y de odio tantas veces que el orificio de su vagina era como la boca de salida de un balazo. Pero su corazón flotaba sobre la Rosa de los Vientos.
Ellas sitiaron las ciudades narcotizadas, incendiaron las torres y los burdeles.
Yo no estaba allí. Me lastimaba las piernas con varas de hiedra y aullaba canciones en inglés, como un primate producido por ingenieros genéticos. Yo ataba cintas azules al lomo de las mariposas. Consagré pantalones blancos el sábado por la noche y dibujé un automóvil en la puerta de mi casa, con un cowboy adentro. Cuando ellas desaparecieron, usé una falda de mi madre y cubrí los espejos. Ellas no volvieron. Nunca más vi sus caras lavadas, su desgarbo, su insoportable desasimiento.
Fueron cayendo como vegetales que abandonaran sus partes, una a una, sobre la tierra.
Solo la memoria puja, como parturienta. ¡La memoria! He probado a emborracharla, sofocarla, sobornarla, prostituirla. Es inasible y oscura. Nada he logrado. Se disfraza, me engaña, toma la forma de las que fueron y me atormenta. Soy una mujer acosada por imágenes o una imagen acosada por presencias. Un espejo aneblado por reflejos lejanos.
Ellas aún disparan sobre los uniformes. Están apuntando con metrallas y ballestas. Mudan la piel para seguir viviendo –mitad corceles, mitad arqueros- en medio de esta náusea que no se lava ni con amor ni con poemas, en este continental páramo donde deambulan los muertos junto a los vivos.
Y todos descalzos.
Y con hambre.
 
 
De Iras y Fuegos. Editorial Último Reino. 1996)

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario