TRES POEMAS DE TEMPERO
La tarde que se alarga. Nieva. La duración
en mí, que me desprendo y al cabo doy
en todo. Y solo. Aquí o allá
es lo mismo, inmediato. Ahora puedo
ver, alguien me prenuncia, el tiempo
me retiene más salvo que nunca, menos
transcurso, a salvo ya de su condena. Después
de tanta muerte natural, de tanta
pregunta, este consuelo, lo que no mueve
el mundo, la quietud, el olor de la tierra.
—HÚRGURA—
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Después de la riada, bajo el puente, hay
troncos de arbustos, lodo, plásticos, muñecas
y alguna bota suelta, como observo a menudo
con estupor en los arcenes. Más adelante, aneas
y verguizas, se ven hasta culebras, el agua
transparente que sueña el roce de la piedra
y la piedra que se hace guijarro, afila en su memoria
el ruido que traían los ramales de granizo
del nublado. La piedra y el agua. Lo que rueda
y lo que se arrebata. Los chopos hablan en la orilla
—CRECIDA—
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Acabará asomándose el árbol por encima
del muro aunque lo vayan dejando solo
los años y verá la luna llena sobre los almendros
en flor, subiendo desde el horizonte. Y aguantará
el jolgorio de los pájaros en el relumbre
postrero del otoño, dando por bueno
su regocijo en medio de la tristura. Será
justo y querrá que su desánimo sea luz
y mañana. Querrá su altura. La belleza
es tranquila, se ahínca, necesita reposo.
—CONJETURA DE BELLEZA—
En: Tempero
Ediciones Hiperión
(Fuente: Papeles de Pablo Müller)
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