Cerca de aquí un taxista lamenta el destino de un hombre que dice ser Homero
Homero soñó con bajeles, con barcos de gran envergadura
que se bebían las aguas del Egeo.
Una nave cualquiera, una modesta balsa
—este ronco Sedan 1983— habrían sido en sus manos
el más grande portento de la navegación.
Pero aquí estamos: varados y esperando,
esperando a que cambie la luz en el semáforo,
a que entre tanta bulla vislumbremos siquiera
un signo favorable, una brecha en el tráfico
por la que continuar.
Tanta loa y tanta fama, tanta reputación,
para acabar también sumido hasta las barbas
en este muladar,
en este atoradero de cafres y camiones
que le escatiman todo, desde el paso hasta el Ser.
Tantas horas aquí y no comprendo,
no alcanzo a comprender por qué este ciego
que soñó con bajeles y despertó en nosotros
la ilusión de los puertos, continúa aquí sentado,
esperando conmigo a que cambie el semáforo,
a que en aquella esquina aparezca
—por fin—
de entre siete ciudades (*)
la correcta.
(*) Las siete ciudades de Cíbola
Y NO me importa.
Me da lo mismo Ítaca que este
cuarto de hotel
donde a veces
despierto.
También aquí oigo rugir el mar.
En la calle de al lado. En la mujer que a diario me pregunta si
tengo toallas limpias.
En el ruido de agujas que dejan los tacones sobre las escaleras.
Asfalto adentro, hay otra Troya en llamas,
el padre de los dioses camina entre nosotros vestido de overol,
centelleante en su mano la caja de herramientas;
y aquel que ciñe el mar, enloquece de rabia,
monta en divina cólera cuando le hago saber (por boca del gerente)
que me pasé otra noche sin dormir, escuchando esa fuga
de agua en la letrina. Cruzan por los pasillos los mismos rostros
muertos,
y como en una Nekyia, se aposentan aquí mis viejos compañeros
y hablamos y bebemos como los conocidos
hasta que sale el sol, hasta que descubrimos que no estamos en casa
y que no es importante. Da igual morir aquí o en otra parte,
remontar el océano, ahogarse en la bañera una tarde de mayo
o preguntarse a oscuras qué sangrarán los muros
cuando les llega el tiempo de caer. Y aunque no exista orilla,
aunque no quede faro,
hay una luz prendida al lado de este cuarto.
Revista Paraíso Nro. 15
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(Fuente: El Poeta Ocasional)
Fuente_ Revista Paraíso Nro. 15
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