SÉPTIMA ÉGLOGA
¿Lo ves?, está anocheciendo y el galpón, con su salvaje cerco de roble,
rodeado de alambre de púas, parece flotar, absorbido por la noche.
La mirada lentamente deja el marco de nuestra prisión
y sólo la mente, sólo la mente repara en la tensión del alambre.
¿Lo ves, cariño? Aquí la imaginación también escapa solamente
a través del sueño, ese bello libertador, que disuelve nuestros cuerpos quebrados,
y así todo el campo de prisioneros regresa a casa.
Los hombres harapientos y calvos vuelan, roncando,
desde los techos ciegos de Serbia hacia el refugio de sus hogares.
¡El refugio de sus hogares! Oh, ¿existirá todavía aquel hogar?
¿Acaso las bombas no lo han alcanzado? ¿Y está aún tal como cuando fuimos reclutados?
¿Y volverán a casa el que gime a mi derecha y el que yace tumbado a mi izquierda?
Dime, ¿existe todavía un hogar donde la gente pueda conocer este hexámetro?
Escribo sin acentos, palpando verso tras verso,
escribo este poema en penumbras, y así también vivo,
a ciegas, mi mano arrastrándose sobre el papel como la oruga;
linternas, libros: los guardias del campamento nos han quitado todo;
tampoco llega correspondencia; sólo la niebla entra en nuestro galpón.
Entre rumores terribles e insectos viven aquí franceses, polacos,
ruidosos italianos, desertores serbios, judíos pensativos, en las montañas,
sus cuerpos destruidos, afiebrados, y sin embargo comparten una vida aquí adentro:
esperan buenas noticias, palabras de una bella mujer, un destino humano, libre,
y esperan el final, ese hundirse en la espesa bruma... o un milagro.
Estoy recostado sobre una tabla de madera, animal prisionero, entre gusanos,
las pulgas me acosan, pero el ejército de moscas descansa ahora.
Es de noche, queda ya un día menos de cautiverio pero
también un día menos de vida. El campamento duerme. La luna
ilumina el paisaje y bajo su brillo los alambres se tensan nuevamente,
y a través de la ventana desfilan las sombras de los guardias armados
proyectadas en la pared, mientras se escuchan los sonidos de la noche.
El campamento duerme, ¿lo ves, cariño? Crujen los sueños;
uno se despierta sobresaltado, lanza un bufido, gira en su ajustado sitio y
se vuelve a dormir, con un brillo en su cara. Sólo yo sigo despierto, sentado;
en mi boca siento el sabor de un cigarrillo a medio fumar en vez
del sabor de tus besos, y el apacible sueño no llega, porque
ya no puedo ni morir ni vivir sin ti.
Lager Heidenau, en las montañas sobre Žagubica. Julio de 1944.
De "El cuaderno de Bor"
Trad. Susana Lajtaváry y Peter Kiss
M14E , Rosario
(Fuente: César Cantoni)
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