ANTIBALADA SOBRE VARIOS COLIBRÍES
EN UN HOSTAL DE MINDO
(¿Por qué cada instante es un posible
apocalipsis?)
Hoy me digo: “en lo lento, ser lento; en lo frágil, ser más frágil”.
Hoy, miércoles de agosto, me opongo a cualquier rapidez.
Pero quizás yo puedo inventar algo, una pieza de teatro
donde hablen las piedras. Entonces, pienso
que me gustaría escribir en un idioma claro
pero solo replico el ruido de un camión frente a un rascacielos.
¿Qué suena? Una cucharita y un jarro. Tomo té de cedrón
y soy una escalera que conduce hacia pocos lugares.
Sin embargo, en el parque, hay un árbol que explica.
¿Quién dentro de mí puede quejarse de este gesto secreto?
En esta hostería junto al río, mi casa son las cosas del cuerpo:
soñando la llovizna, respiro el aire puro, ensayo resistencia.
Mi casa es un alfabeto descarriado que concede a las cosas su jaula más oscura.
Sobre un paisaje vagamente selvático, miro un big-bang de colibríes.
En su vuelo hacia atrás, velocidad de antiguos mensajeros,
regresa mi pasado: la resurrección de un juguete vencido por todos los futuros.
En este presente de cielos medicinales, toda la energía es de las flores.
Allí, las aves son una galería de pequeños relámpagos.
Entonces, imagino los corredores de mi muerte.
Entonces, soy compañero de amapolas caídas.
Pienso en las cosas que podrían destruirme, que son todas las cosas;
y en los seres que podrían dañarme, que son todos los seres.
Entonces, raspo una fotografía con el cráneo de un fósforo
y vuelvo a ver un colibrí pequeño, extrañado,
como si yo me estuviera derrumbando,
como si al fin obtuviera, mi lentitud, su respeto,
como si la muerte
cambiara de premisa: “ante lo rápido, ser lento;
ante lo lento, ser una piedra que habla en un teatro construido
con cajas de zapatos”.
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