martes, 10 de marzo de 2020

Josué Vega López (México, 1976)


Harakiri I 

 

Basho el samurai entra a escena. Está agazapado afuera de la biblioteca pública municipal. La noche se corta los dedos en el sable con que el guerrero viola la cerradura (la luz hace un guiño). Entra. Los libros forman una espesa nata en la oscuridad. Con pasos ágiles, Basho se dirige al estante de la literatura universal. Saca el arma de la funda y comienza a partir los libros por la mitad.
De sus labios se descuelgan otros filos diminutos: “¡demasiadas palabras, demasiadas palabras!”
En el colmo de la fiebre recita haikus de extremidades entrecortadas.
¿Para qué sirve la maleza en un paisaje árido, seco?
El arte breve. Lo absolutamente indispensable. No más. Nunca el juego del rodeo, el tropiezo.
El corazón es una síntesis, no los brazos, la nuca, el muslo apretado; la angustia del todo y sus partes.
La misión suicida se detiene: no ha quedado ningún libro.

En las letras dislocadas se lee, sin embargo, otra literatura. He aquí que en el terrorismo poético está la clave, el siguiente paso evolutivo. Las prácticas caníbales, homicidas, piratas, ladronas, son las preguntas que machacaba Basho antes del harakiri que cierra el episodio:

Filo de sable:
La angustia, en mi poesía,
hondo se encaja.




  en Cuerpo en añicos (2000), incluido en Un orbe más ancho. 40 poetas jóvenes (1971-1983) (Ediciones de punto de partida, UNAM, México, 2005, selec. de Carmina Estrada)


(Fuente: Asamblea de palabras)

No hay comentarios:

Publicar un comentario