Descolgué los cuadros.
Por tercera vez.
A la basura.
Éste o aquél.
Él de más allá.
Quedaron manchas
en la pared.
Borrones.
Los vivenciales,
los existenciales,
los cleptócratas,
clericales e industriales,
magnates y pobretones,
y los poetudos y poetas,
los ensayistas,
los cronistas
y los hijos de la chingada;
los zancarrones y zorrudos,
el agrio Turgot,
el anegado en lágrimas Rousseau,
los hijos de Marx,
los adoptivos de Lenin,
Goebbels y la Difunta Correa,
los nietos del Gauchio Gil,
Iósif, el férreo,
la nena de Tarzán
y los trans-siberianos,
los delivery de Mondrian,
la boina del Che,
los manoseos de Malthus
y Keynes,
amontoné los cuadros
a punto cristal,
hay pelusillas y telarañas
en sus marcos,
grasa de la cocina,
rancias farsas
en el Primer, Segundo
y qué sé yo cuántos Mundos,
descolgué pintarrajeos,
tiré estampillas, autógrafos
de próceres y mediáticos,
escupitajos,
exigidas rodillas complacientes,
a propia hora,
a mala moneda,
a clamores retrasados
y catástrofes que acechan
a la vuelta de la esquina,
disimuladas
entre méritos y placebos.
Y no respiro bien,
con o sin ellos.
Hay patotas
en esas figuritas
que nada dicen,
esos colorinches y anilinas
que fintean
y se disuelven
como niebla a mediodía.
- Inédito-
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