DERIVA DE LA FRONTERA
De la amistad, su ausencia.
Liberado más que nostálgico
sentir el alivio de perder
compinches,
de no tener secuaces, de no
pertenecer a nadie,
el alivio de no ser de la
cuadrilla,
de la tribu hostil
de la pura raza puerca
chilena pinochetista, de su baba
en la noche,
de no pertenecer al elogio del
rico,
del puro, del gorila, al canto
del crimen,
o del que se hizo vasco ya de
mayor
para no verse obligado a mirarse
en el espejo
y exclamar agitando los
cascabeles de su botarga:
«¡Soy un mierda!».
Te echarán de aquí ya lo verás
ya lo estoy viendo.
Te echarán de aquí y de allí
y de todas partes
si no aceptas las reglas del
juego,
sus eternos naipes eternamente
marcados.
Llueve en el río de la muerte,
llueve en la mesa de la última
cena,
llueve sobre las ostras y las
algas espesas,
y sobre las canciones viejas,
sobre el santo y seña de la
tribu,
y con ellas la pesquisa de la
sangre de nuevo,
de la buena y la mala raza,
y
la burla —«¡Qué
asco de apellidos!»
y el encono y la revancha y las
putas luego,
los policías abusivos, los
hampones,
los camioneros brutales
que se rascan borrachos la
entrepierna,
y corre el río y corre la época
y estamos al borde del tercer
milenio,
bajo la lluvia, en la choza de
helecho y paja.
Esa y no otra es la fiesta de la
raza,
en la frontera del invierno,
cuando corren y corren y vuelven
a correr
los días cortos y las noches
largas.
La marca del cuadrante
(Poesía, 1979-1999)
(Fuente: Papeles de Pablo Müller)
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