Max Rojas (México, 1950)
EL TURNO DEL AULLANTE
a Lourdes y Antonio Gazol
A mi modo brutal, un poco
manso…
José Martí
I
Lo furioso, lo verdaderamente animal
que me
sostiene, lo que me guarda en pie
con el rencor crecido, esto
como de hueso,
como de dientes que se muerden
después de
haber mascado el polvo,
esto de sangre, esto de grito
ahorcado
como un aullido en la garganta,
esto como un muro,
como un sollozo
largo de noche sin hogueras, lo animal,
lo
verdaderamente huraño que me duele en los ojos.
Dije que el mar es algo así como esa diaria muerte
de
mi cuerpo. Hoy me sale lo bronco
y me revuelvo, hoy me sale lo
herido
y me desgarro —perdón por esta forma
de amargura,
pero es que hoy
de muy dentro me sale lo animal desbocado,
la
verdadera furia que me empuja:
esto de maldecir espinas por la
boca
lo formalmente triste,
lo exactamente amargo como el
llanto.
Ahora me vuelvo y me despido y me regreso.
Voy a
buscar mi sombra entre la sombra,
porque mordí sin tiempo un
corazón de niebla,
y lo bronco,
lo verdaderamente animal
que me sostiene
está dolido.
II
No he podido morir porque empezó a llover anoche,
pero,
a decir verdad, ya no me duele aquello
tanto como entonces, ya
no me tumba tanto el cuerpo
como antes. No he podido llegar,
pero no importa;
han sucedido cosas a todo esto: nacieron
gentes
y vinieron visitas y pasaron tranvías largos como la
noche;
mi único traje se volvió ceniza, mi triste hueco
se
largó a paseo, me atardeció de pronto,
no sé, sin enterarme;
luego empezó a llover y no hubo tiempo,
no hubo manera de
llegar a parte alguna; me encontré
de repente sin memoria, y
olvidé todo aquello que me hería.
Debo decir que era una lluvia oscura la de anoche
(no
sé si me entendáis, quiero decir que era una lluvia
venida de
muy lejos, venida desde abajo de la tarde
como un montón de
niebla sollozante, como un grito;
no sé si me entendáis, era
como mujer que llega a despedirse);
debo decir que era una
lluvia fría la de anoche,
un encontrarse de pronto en un
espejo, llamando a no sé quién
con qué silencio, llamando a
no sé quién con qué alarido.
Debo decir que era una lluvia
hosca la de anoche.
No he podido morir, pero no importa. Me quedan otros
trozos
de pellejo y otros dientes, y a lo mejor mi traje
funeral
no está bien hecho. Olvidé tantas cosas desde
anoche
que olvidé que mi cuerpo estaba roto y ahora está
no
sé dónde, cayéndose de olvido; de esto, a veces,
me acuerdo
con nostalgia: salgo por él gritando
como un loco, y acabo sin
remedio tropezando.
Debo encontrar un cuerpo que me aguante: mi
único traje
se volvió ceniza, y no me queda piel con que ir a
mis entierros.
Para decir verdad, ya no me duele aquello como
antes.
Tengo recuerdos de mujer trozándome los labios, y
ganas
de llegar a alguna parte. No sé si me entendáis:
es
un poco de polvo que me aguarda, un montón de silencio
que me
espera. Traigo recuerdo de mujer crujiéndome
en los huesos y un
hoyo, aquí, que me lastima.
No he podido morir, pero no
importa:
desde anoche me duele el esqueleto,
y eso quiere
decir que estoy llegando.
Han sucedido cosas, a todo esto: murieron gentes y se
fueron
visitas y pasaron noches largas como tranvías y
anocheció
de pronto, no sé, sin enterarme; yo me encontré
metido
en un espejo (debo decir que era una lluvia fría,
decir
que era una lluvia que golpeaba), llamando a no sé quién
con
qué silencio, llamando a no sé quién con qué alarido,
con
qué ganas de llegar a alguna parte.
Ya no me crece yerba en el olvido; me acostumbré, sin
duda,
a tanto oscuro, y a lo mejor mi traje ya está listo:
es
cosa de buscar en los armarios donde mi cuerpo,
a veces, se
refugia.
Podría añadir algunas otras cosas, pero, a decir
verdad,
aquello ya no duele como entonces.
Traigo recuerdos
de mujer siguiéndome los pasos
y un hoyo aquí, bajo la piel,
que no lo aguanto.
1965
VII
Descalabrado del lenguaje —y luego,
con quién
hablar si a nadie
le importa mi gritada,
y nadie, en
fin,
se va a dejar caer por estos huecos
en que anda mi
bramido balbuciendo,
y más aún mi lenguaraje en busca
de
qué decir o cómo y para qué,
si al cabo a mí lo de
linguar
se me quedó una tarde apergollado
y dándose de
topes contra el suelo,
en un lugar adonde para qué volver,
si
pretender apuntalar mi lengua
es tanto o mucho más difícil
que
pretender, ahora,
enseñarle a mascullar palabras,
y hoy la
hablación me sale a punta
de trancazos,
y más que
hablar
lo que me cuaja en la garganta es un aullido
y una
ardición de las que escaldan la huesera
con un desmadre tal que
ya no balbucir,
sino mover los labios duele,
y más acá el
palabrerío pugnando
por salir —y cómo, si hay una
trabazón
que ni manera de decir te amo
y mucho menos más
lo que por dentro saja
y a empujonazos quiere hablar diciendo
mucho
y sólo un dolorón se le amontona
a puñetazos en la
boca;
por lo demás, si a quién le importa
un bledo hasta
qué vertebraslinguales
me estoy desvertebrando
ni hasta
qué tantos de mi carne
me ascua este alarido
mejor me
guardo el descalabre
entre mi herrumbre, y esculco
alrededor
por ver si me hablan.
1968
VIII
Anoche me dolió la esqueletada, de modo tal
y de
manera triste, que al rato de crujir
se vino abajo;
ni para
qué moverla —dije— de ese sitio
si al cabo he de acabar
igual de caído:
la dentición ya me anda carcomiendo
y
adentro el huesadal haciendo estragos;
mejor que de una vez se
quede allí tirada
que pronto he de ir por ahi a recogerla;
me
importa poco el hueserío que falte
porque de sobra sé que
faltan muchos;
no por nada se me han ido cayendo,
a cada
tropezón, un resto de ellos.
Si así de invertebral ha de
quedarme,
mejor ya de una vez me angosto el alma,
y vale
madre lo demás que venga luego.
Anoche me dolió la
esqueletada, y a nadie más
que a mí me vino el crujimiento. Me
entristo
un poco más y trago en seco, que al cabo sé
que
he de acabar mi crujición a solas.
1968
IX
Mi lenguaraje hoscón y mis bastantes ganas
de
entardecer de pura muina
hoy más que ayer me llevan de
bajada
y, más que ayer también, me friegan todo;
y de
remate, allá donde la lengua pare polvo,
un gran charcal de
llanto ya se me hizo
y eso que queda todo por decir de tanto
escombro
y tanta rabia como hay royéndome la carne.
Si un
poco más de ayer logré medio salvar
lo que de mí y de mi
pellejo andaba a tarascazos
por ahí, cayendo y siempre a
punto
de darse el fregadazo, hoy de plano el dolor,
allá
donde la lengua en su charcal se estanca,
pide esquina,
diciendo: en esta de una vez
aquí me quedo; nunca jamás mi
lenguaraje hoscón
y su tristeza encima jorobando
van a
lograr que vuelva yo a más de antier
en que empezaba apenas mi
ladrido
a embronconarse;
de pura rabia hoy vengo de bajada
y, no que no,
jodiendo recio, un desgarrón me parte el
espinazo;
me esculco y sé que estoy ladrando a falta de
lenguaje
y que ya es hora de empezar a mordisquear mi osario:
de
tanto como hay royéndome la carne,
a puro hueso carcomido estoy
sonando.
1968
X
Era como si el fantasma de
un hombre que se hubiera
ahorcado regresara al lugar de
su suicidio, por pura
nostalgia de beber otra vez las
copas que le dieron valor
para hacerlo y preguntarse,
tal vez, cómo tuvo el coraje.
Malcolm Lowry, Bajo el
volcán.
…y sepa dónde y cuándo
apuñalearon mi cadáver.
Caidal mi pinche extrañación vino de golpe
a
balbucir sepa qué tantas pendejadas;
venía dizque a escombrar
lo que el almaje me horadaba,
y a tientas tentoneó para
encontrarse
un agujero tal de tal tamaño que en su adentro
mi
agujereaje y yo no dábamos no pie
sino siquiera mentábamos
finar
de donde a rastras pudiera retacharse nuestro aullido.
Eso
es lo que me queda —dije— de tanta extrañación
como he
tenido; un hueco nada más, y ya me crujo
del tanto temblequear
de que ese hueco
del mucho adolorar se me deshueque
y ya ni
hueco en que caer tengamos
ni mi agujero ni mi yo
tan
deshuecado invertebral volvido
que ni a madrazos mi almaraje
quiera
ponerse a recoger su trocerio.
Caidal mi pinche extrañación se fue de golpe
luego
de extremaunciar sepa qué tantas pendejadas;
no le entendí ni
madres de todo lo que dijo,
pero sentí que era de cosas que
desgracian.
A buena hora se te ocurre —dije—
venirme a
jorobar con lo pasado,
cuando que a puro ferretear me atasco el
alma;
si no fuera por tanto pinche clavo que me clavo,
ya
ni memoria ni aulladar tendría.
A mí de sopetón una mujer me
destazó en lo frío,
y desde entonces
a puro pinche ardor
me estoy enfriando.
Ni lumbre en el finar del almaraje y sus
trocitos queda
y sólo el agujero está y estamos dentro
mi
esqueletada y yo y mis agujeros,
a trompicones tentaleando
fondo
para por fin tener donde aventar el alma
y de una vez
echar la moridera.
Luego de extremaunciarme el esqueleto,
mi pinche
extrañación se fue de golpe;
a tales rumbos me aventó de
lejos
que pura mugre soledad me fui encontrando;
de
arrempujón en empujón llegué a mis huecos,
todo ya de oquedad
hallado hoyado,
y sin huesaje ya y sin nada
en que la
agonición llevar a cabo.
Es frío —me dije— lo de agonir que tanto
escalda,
pero el asunto es memoriar lo que en trocitos
del
almaje va quedando de esa mujer y yo memorio
de cuando me
hoyancó y, luego, hubo un desmadre tal
que estropició la
elevación de los San Ángel
y memoreo, también, que al
destazarme
los huesos se me fueron hasta un deshuesadero
tal
que, entonces, mi agujereaje y yo crujímonos de frío,
y
a puro pinche enfriar hemos andado desde entonces.
Extremahumado ya,
ni un chinguirito de lumbre en el
almaje y sus retazos queda
para lumbrar siquiera el huésar
donde a tumbos
velorio a esa mujer que desahució mi almario
y
cascajó, de paso, la ardidera.
Una llagada me dejó, y qué
llagada,
y aluego hubo un friadal y un chingo más de casas
que
a chingadazos, pues, me auparon la caída.
Si así —me dije—, sin nada de huesar
y a puro
bújero velorearé por siempre a esa mujer
mientras chinguitos
del almar me queden
y siendo como es de frío lo de agonir que
tanto escalda,
mejor ya de una vez me descerrajo el alma
y
a ver en qué lugar la moridera boto.
Ya ni mi triste corazón
me aguanta nada
y ya que en éstas del morir me esculco
muerto,
dada la extremaunción, el último traguito
mi
agujereaje y yo nos lo echaremos solos.
Briagados ya, y a
tarascazos dando fondo,
vidriaremos por ahí a ver en que mugre
velorio
nos aceptan:
resurreccir como que está bastante
del carajo
y este pinche camión de Tizapán que ya no
pasa,
como que nada más hasta un barranco hubo llegado.
Junio de 1971
(De El turno del aullante)
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