lunes, 25 de mayo de 2020

Max Rojas (México, 1950)




EL TURNO DEL AULLANTE

a Lourdes y Antonio Gazol
A mi modo brutal, un poco manso…
José Martí
I
Lo furioso, lo verdaderamente animal
que me sostiene, lo que me guarda en pie
con el rencor crecido, esto como de hueso,
como de dientes que se muerden
después de haber mascado el polvo,
esto de sangre, esto de grito ahorcado
como un aullido en la garganta,
esto como un muro, como un sollozo
largo de noche sin hogueras, lo animal,
lo verdaderamente huraño que me duele en los ojos.
Dije que el mar es algo así como esa diaria muerte
de mi cuerpo. Hoy me sale lo bronco
y me revuelvo, hoy me sale lo herido
y me desgarro —perdón por esta forma
de amargura, pero es que hoy
de muy dentro me sale lo animal desbocado,
la verdadera furia que me empuja:
esto de maldecir espinas por la boca
lo formalmente triste,
lo exactamente amargo como el llanto.
Ahora me vuelvo y me despido y me regreso.
Voy a buscar mi sombra entre la sombra,
porque mordí sin tiempo un corazón de niebla,
y lo bronco,
lo verdaderamente animal que me sostiene
está dolido.
II
No he podido morir porque empezó a llover anoche,
pero, a decir verdad, ya no me duele aquello
tanto como entonces, ya no me tumba tanto el cuerpo
como antes. No he podido llegar, pero no importa;
han sucedido cosas a todo esto: nacieron gentes
y vinieron visitas y pasaron tranvías largos como la noche;
mi único traje se volvió ceniza, mi triste hueco
se largó a paseo, me atardeció de pronto,
no sé, sin enterarme; luego empezó a llover y no hubo tiempo,
no hubo manera de llegar a parte alguna; me encontré
de repente sin memoria, y olvidé todo aquello que me hería.
Debo decir que era una lluvia oscura la de anoche
(no sé si me entendáis, quiero decir que era una lluvia
venida de muy lejos, venida desde abajo de la tarde
como un montón de niebla sollozante, como un grito;
no sé si me entendáis, era como mujer que llega a despedirse);
debo decir que era una lluvia fría la de anoche,
un encontrarse de pronto en un espejo, llamando a no sé quién
con qué silencio, llamando a no sé quién con qué alarido.
Debo decir que era una lluvia hosca la de anoche.
No he podido morir, pero no importa. Me quedan otros trozos
de pellejo y otros dientes, y a lo mejor mi traje funeral
no está bien hecho. Olvidé tantas cosas desde anoche
que olvidé que mi cuerpo estaba roto y ahora está
no sé dónde, cayéndose de olvido; de esto, a veces,
me acuerdo con nostalgia: salgo por él gritando
como un loco, y acabo sin remedio tropezando.
Debo encontrar un cuerpo que me aguante: mi único traje
se volvió ceniza, y no me queda piel con que ir a mis entierros.
Para decir verdad, ya no me duele aquello como antes.
Tengo recuerdos de mujer trozándome los labios, y ganas
de llegar a alguna parte. No sé si me entendáis:
es un poco de polvo que me aguarda, un montón de silencio
que me espera. Traigo recuerdo de mujer crujiéndome
en los huesos y un hoyo, aquí, que me lastima.
No he podido morir, pero no importa:
desde anoche me duele el esqueleto,
y eso quiere decir que estoy llegando.
Han sucedido cosas, a todo esto: murieron gentes y se fueron
visitas y pasaron noches largas como tranvías y anocheció
de pronto, no sé, sin enterarme; yo me encontré metido
en un espejo (debo decir que era una lluvia fría,
decir que era una lluvia que golpeaba), llamando a no sé quién
con qué silencio, llamando a no sé quién con qué alarido,
con qué ganas de llegar a alguna parte.
Ya no me crece yerba en el olvido; me acostumbré, sin duda,
a tanto oscuro, y a lo mejor mi traje ya está listo:
es cosa de buscar en los armarios donde mi cuerpo,
a veces, se refugia.
Podría añadir algunas otras cosas, pero, a decir verdad,
aquello ya no duele como entonces.
Traigo recuerdos de mujer siguiéndome los pasos
y un hoyo aquí, bajo la piel, que no lo aguanto.
1965

VII
Descalabrado del lenguaje —y luego,
con quién hablar si a nadie
le importa mi gritada,
y nadie, en fin,
se va a dejar caer por estos huecos
en que anda mi bramido balbuciendo,
y más aún mi lenguaraje en busca
de qué decir o cómo y para qué,
si al cabo a mí lo de linguar
se me quedó una tarde apergollado
y dándose de topes contra el suelo,
en un lugar adonde para qué volver,
si pretender apuntalar mi lengua
es tanto o mucho más difícil
que pretender, ahora,
enseñarle a mascullar palabras,
y hoy la hablación me sale a punta
de trancazos,
y más que hablar
lo que me cuaja en la garganta es un aullido
y una ardición de las que escaldan la huesera
con un desmadre tal que ya no balbucir,
sino mover los labios duele,
y más acá el palabrerío pugnando
por salir —y cómo, si hay una trabazón
que ni manera de decir te amo
y mucho menos más lo que por dentro saja
y a empujonazos quiere hablar diciendo mucho
y sólo un dolorón se le amontona
a puñetazos en la boca;
por lo demás, si a quién le importa
un bledo hasta qué vertebraslinguales
me estoy desvertebrando
ni hasta qué tantos de mi carne
me ascua este alarido
mejor me guardo el descalabre
entre mi herrumbre, y esculco
alrededor por ver si me hablan.
1968
 
VIII
Anoche me dolió la esqueletada, de modo tal
y de manera triste, que al rato de crujir
se vino abajo;
ni para qué moverla —dije— de ese sitio
si al cabo he de acabar igual de caído:
la dentición ya me anda carcomiendo
y adentro el huesadal haciendo estragos;
mejor que de una vez se quede allí tirada
que pronto he de ir por ahi a recogerla;
me importa poco el hueserío que falte
porque de sobra sé que faltan muchos;
no por nada se me han ido cayendo,
a cada tropezón, un resto de ellos.
Si así de invertebral ha de quedarme,
mejor ya de una vez me angosto el alma,
y vale madre lo demás que venga luego.
Anoche me dolió la esqueletada, y a nadie más
que a mí me vino el crujimiento. Me entristo
un poco más y trago en seco, que al cabo sé
que he de acabar mi crujición a solas.
1968
 
IX
Mi lenguaraje hoscón y mis bastantes ganas
de entardecer de pura muina
hoy más que ayer me llevan de bajada
y, más que ayer también, me friegan todo;
y de remate, allá donde la lengua pare polvo,
un gran charcal de llanto ya se me hizo
y eso que queda todo por decir de tanto escombro
y tanta rabia como hay royéndome la carne.
Si un poco más de ayer logré medio salvar
lo que de mí y de mi pellejo andaba a tarascazos
por ahí, cayendo y siempre a punto
de darse el fregadazo, hoy de plano el dolor,
allá donde la lengua en su charcal se estanca,
pide esquina, diciendo: en esta de una vez
aquí me quedo; nunca jamás mi lenguaraje hoscón
y su tristeza encima jorobando
van a lograr que vuelva yo a más de antier
en que empezaba apenas mi ladrido
a embronconarse;
de pura rabia hoy vengo de bajada y, no que no,
jodiendo recio, un desgarrón me parte el espinazo;
me esculco y sé que estoy ladrando a falta de lenguaje
y que ya es hora de empezar a mordisquear mi osario:
de tanto como hay royéndome la carne,
a puro hueso carcomido estoy sonando.
1968
X
Era como si el fantasma de un hombre que se hubiera
ahorcado regresara al lugar de su suicidio, por pura
nostalgia de beber otra vez las copas que le dieron valor
para hacerlo y preguntarse, tal vez, cómo tuvo el coraje.
Malcolm Lowry, Bajo el volcán.
 
…y sepa dónde y cuándo apuñalearon mi cadáver.

Caidal mi pinche extrañación vino de golpe
a balbucir sepa qué tantas pendejadas;
venía dizque a escombrar lo que el almaje me horadaba,
y a tientas tentoneó para encontrarse
un agujero tal de tal tamaño que en su adentro
mi agujereaje y yo no dábamos no pie
sino siquiera mentábamos finar
de donde a rastras pudiera retacharse nuestro aullido.
Eso es lo que me queda —dije— de tanta extrañación
como he tenido; un hueco nada más, y ya me crujo
del tanto temblequear de que ese hueco
del mucho adolorar se me deshueque
y ya ni hueco en que caer tengamos
ni mi agujero ni mi yo
tan deshuecado invertebral volvido
que ni a madrazos mi almaraje quiera
ponerse a recoger su trocerio.
Caidal mi pinche extrañación se fue de golpe
luego de extremaunciar sepa qué tantas pendejadas;
no le entendí ni madres de todo lo que dijo,
pero sentí que era de cosas que desgracian.
A buena hora se te ocurre —dije—
venirme a jorobar con lo pasado,
cuando que a puro ferretear me atasco el alma;
si no fuera por tanto pinche clavo que me clavo,
ya ni memoria ni aulladar tendría.
A mí de sopetón una mujer me destazó en lo frío,
y desde entonces
a puro pinche ardor me estoy enfriando.
Ni lumbre en el finar del almaraje y sus trocitos queda
y sólo el agujero está y estamos dentro
mi esqueletada y yo y mis agujeros,
a trompicones tentaleando fondo
para por fin tener donde aventar el alma
y de una vez echar la moridera.
Luego de extremaunciarme el esqueleto,
mi pinche extrañación se fue de golpe;
a tales rumbos me aventó de lejos
que pura mugre soledad me fui encontrando;
de arrempujón en empujón llegué a mis huecos,
todo ya de oquedad hallado hoyado,
y sin huesaje ya y sin nada
en que la agonición llevar a cabo.
Es frío —me dije— lo de agonir que tanto escalda,
pero el asunto es memoriar lo que en trocitos
del almaje va quedando de esa mujer y yo memorio
de cuando me hoyancó y, luego, hubo un desmadre tal
que estropició la elevación de los San Ángel
y memoreo, también, que al destazarme
los huesos se me fueron hasta un deshuesadero tal
que, entonces, mi agujereaje y yo crujímonos de frío,
y a puro pinche enfriar hemos andado desde entonces.
Extremahumado ya,
ni un chinguirito de lumbre en el almaje y sus retazos queda
para lumbrar siquiera el huésar donde a tumbos
velorio a esa mujer que desahució mi almario
y cascajó, de paso, la ardidera.
Una llagada me dejó, y qué llagada,
y aluego hubo un friadal y un chingo más de casas
que a chingadazos, pues, me auparon la caída.
Si así —me dije—, sin nada de huesar
y a puro bújero velorearé por siempre a esa mujer
mientras chinguitos del almar me queden
y siendo como es de frío lo de agonir que tanto escalda,
mejor ya de una vez me descerrajo el alma
y a ver en qué lugar la moridera boto.
Ya ni mi triste corazón me aguanta nada
y ya que en éstas del morir me esculco muerto,
dada la extremaunción, el último traguito
mi agujereaje y yo nos lo echaremos solos.
Briagados ya, y a tarascazos dando fondo,
vidriaremos por ahí a ver en que mugre velorio
nos aceptan:
resurreccir como que está bastante del carajo
y este pinche camión de Tizapán que ya no pasa,
como que nada más hasta un barranco hubo llegado.
Junio de 1971
(De El turno del aullante)
 

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