jueves, 18 de julio de 2019

Jorge Enrique Adoum (Ecuador)


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El desvelo y las noticias


En mitad de la noche despierto
y me levanto como para vestirme,
como para llorar o para ver si duermes
lateral y desnuda.
Pero es cierto:
Ya no tengo tu voz saliendo
debajo de mi boca, ya no tropiezo
con tus tristes zapatos las mañanas,
ya sólo yo, yo solamente y solitario
en los almuerzos y en el hambre,
visitante extranjero de costumbres
que se me habían ido como una
edad, yo nuevamente familiar y ajeno.
Pequeña lastimada, tú
desempleada, tú compañera,
todo el día en los climas de la ira:
cada sábana me hiere todavía
tu cadera, y me duelen
él, ellos, los compañeros
buscados, los espesos escondidos,
los cadáveres compañeros. Cómo
no iban a dolerme si hay tanta
agua que no puedo sobornar, pasaportes,
gobiernos que nos odian, y sobre todo
esta pobreza guardiana,
portera, tutelar.
Cuando en la lluvia, cuando
en mi taza de café me quedo,
cuando en mi ropa, y el sueño
a ti sola te circunda,
y yo no sé nada de ti, como
si nunca hubiérate esperado
en una esquina o una cama,
y me pregunta “¿qué sabes
de tu compañera?”, callo,
pienso en velorios, en trenes
que no paran hasta el norte,
ya me parece sombras, ya
me parece lloro, ya cuchillos
en los que Pepe, Antonio, Angélica
o Elías o cualquier hermano
me escribiera: “Tu compañera
fue herida ayer. Tu compañera
fue asesinada el lunes. Fue desterrada
al sur tu compañera, a las islas
que el mar rechaza de la costa.
No está tu compañera”
¿No está mi compañera? ¿Y todo
porque tenía la costumbre
de vivir, porque acostumbra
defenderles el vientre a las mujeres,
los huesos a los trabajadores
y a los niños sus tinteros?
Todo porque vas, madrugada
a madrugada, a las paredes
de la ciudad, dejando allí
tu porción de patria y voluntad,
tu nombre fácil, tu nombre
Rojas, hasta abajo
del pueblo.
Y entonces no pregunto
a nadie por ti, ni a ti,
ni al corazón con su ronca
campana intermitente. Pero odio
de nuevo, y otra vez amo mi odio
adherido, como una araña húmeda,
a la pared del alma: ya no por sucias
mariposas mi temblor y mi asco:
es por los escuadrones, por la aritmética
de su formación para el destrozo;
ya no a las hinchadas cucarachas
alineadas mi puntapié de náufrago:
pero a la dentadura policía,
pero al próximo cadáver, necesario,
presidencial, agrietado, escogido
entre sus desventurados almirantes.
Y te espero.
En estos meses largos,
del 1 al 30, y aún más, al 31,
cada tarde busco tu carta
que no llega, como el sueño
a veces, busco trabajo, busco
una pieza, miro el mar
con su pobre vecindario de alas
y de mástiles, pregunto
cuánto cuestan las cosas
que nos faltan: una hamaca,
diez minutos sin zozobra,
un plato nada más y dos cucharas,
y esa venganza que me golpea adentro
como te golpearía el hijo a estas horas.
En mi cama suelo pensar: yo reconozco
que es vegetal tu resistencia, y tu destreza
para entrar en mí, definitivamente,
como en tu dormitorio.
Pero de pronto,
otra vez tengo miedo y me levanto,
y otra vez el odio gotea al esqueleto
su ácido común, recibo tientas
la noticia, indago por tu cuerpo
que antes estaba dentro de tu nombre,
y no está, como Joaquín (sólo sus botas
debajo de su cama, sólo su saco
esperándolo cuatro meses en la puerta).
Como él, sigues siendo una noticia
no confirmada aún por el encuentro,
y la esperada, ah separada,
ah la que templó mi verso
y mi cerveza, la que alabé en mi canto
de esponsal y de vieja batalla comenzada.



  De Ecuador Amargo (1949)





(Fuente: Degeneración literaria)

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