Tres poemas de «Un día quemaré sus castillos»
La bruja se interna en el bosque
Me trajiste una noche por las crestas
de los montes pedregosos
y me arrojaste a la caverna.
Aquí estás ahora, cautivo de mí.
Vuelves cada noche a esta cueva
y te repites conmigo,
me paladeas y me consumes, me regurgitas
y a la noche siguiente de nuevo estoy aquí,
rota, viva, jugosa.
Mis habilidades de bruja no dejan
de cautivarte.
Me matas y vuelvo a la vida,
una y otra vez, por los siglos
hasta el final de los tiempos.
Vuelvo a ti con mi capa,
para atraerte de nuevo,
yo, la de la capa roja mancillada
de los años pasados,
yo, heroína palpitante
de los nuevos tiempos.
Me quedo en tu guarida de tierra
contigo y te escucho resollar,
con la respiración tranquila
de las bestias que han comido bien.
Me solazo, bestia de los montes,
en la sobra de tus cuencas vacías y
guardo silencio, espero a ver
cómo asoman su cabello oscuro
las otras bestias del campo
cuando te duermes junto a mí.
Se mueven en círculos en rededor nuestro
mientras tú vas sucumbiendo al sueño.
Tampoco saben estas bestias
de los bosques fríos
que la era de la bruja
ha llegado.
Me escribiré de nuevo y no tendré fin.
Yo amé a un hombre igual a ti una vez
Estaba parado en el umbral
de la pequeña casa de piedra.
Ella pensó que estaba muerto
y que volvía a la vida
solo para atormentarla.
Yo amé a un hombre igual a ti una vez.
Tenía un rostro igual al tuyo
y se mordía los labios igual que tú.
No soy un hombre, le dijo,
soy una sombra
que te habita y te persigue.
Ella cerró los ojos un instante
y se dio cuenta
de que Lot desaparecía.
Supo entonces que no era un fantasma
solo un cuerpo disfrazado de hombre
en el marco de la puerta. Lo miró de cerca y pudo ver sus pecas
surcándole la nariz
y las mejillas, el brillo de sus ojos
parecía un hielo congelante.
Lo miró más de cerca
y pudo sentir su respiración
y el olor de su cuello tibio.
Deseó, entonces, ser un bestia
con la fuerza de diez caballos
para derribarlo
pero sabía
en cambio
que no era más que ella
y estaba condenada.
Ella supo que se quedarían así
hasta que la sombra y la puerta
la convirtieran en polvo, en sal,
en terreno baldío.
Han dicho de mí
Han dicho de mí que soy alta y greñuda
con la fuerza de las bestias del campo
que no tengo voz
que soy una loca violenta y peligrosa
que soy vulgar y maloliente
que asusto a los niños con aullidos de loba.
Han dicho de mí muchas cosas aterradoras.
Que soy capaz de doblegar la fuerza de dos hombres
que muerdo y que tengo la rabia de los perros
que me sale espuma por la boca e incluso
que digo obscenidades cuando se me acercan.
Que mi ánimo es beligerante y deseo quemarlo todo.
De todo aquello que han dicho de mí
solo esto último es cierto.
Antes escribían sobre este nombre que cargo
versos de amor
pero en aquella época yo era joven
delgada y hermosa
y tenía una dote de veinte mil libras esterlinas.
En aquella época yo era delicada como una flor
y no podía mirar a los ojos.
—Sus ojos son demasiado grandes —decían.
Así que debía bajar la vista y seguir el camino
al que me destinaba mi marido.
Un día, después de seguirlo por el bosque
me dijo que no pensaba por mí misma
y que dependía de él para todo.
—Eres una carga pesada —me dijo.
Para entonces ya no había dote
ya no era delgada y hermosa
era más bien una mujer común.
—No piensas por ti misma —dijo
y me encerró en un castillo
pero el castillo era inmenso y helado
así es que me relegaron a un ático
donde me daban ginebra para calentarme
y así no molestaba a las visitas.
Es verdad que quise quemarlo todo
pero fallé en mi objetivo.
Un día quemaré sus castillos
y derretiré con mis aullidos
todos
los áticos del hombre.
Publicado por Overol, 2022
(Fuente: Descontexto)
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