El impulso
Aquello era muy solo y muy salvaje para ella. Y como no eran más que los
dos, y sin niños, y el trabajo de la casa era tan poco, ella estaba
siempre desocupada, y se iba adonde él labraba el campo o derribaba un
árbol.
Y se sentaba en un tronco, y jugaba con las frescas astillas que saltaban, cantando bajito, sólo para ella.
Una vez que ella quiso cortar una rama de un álamo negro, se fue tan
lejos, que apenas oyó que él la llamaba. Y no contestó -¡silencio!- ni
volvió ya. -Se estuvo quieta, y luego salió corriendo, y se escondió por
los helechos-.
Él no la encontró jamás, aunque buscó por todas partes y preguntó en
casa de la madre de ella. Así, tan de pronto, tan rápida y brevemente
como se cuenta, sus lazos se desataron; y él supo de otros finales que
la tumba.
en La mujer en el monte, versión de Juan Ramón Jiménez, incluido en Música de otros. Traducciones y paráfrasis (Editorial Galaxia Gutenberg-Círculo de lectores, Barcelona, 2006).
(Fuente: Asamblea de palabras)
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