domingo, 21 de noviembre de 2021

Jorge Villalobos (Málaga, España, 1995)

 

 

I

Cualquiera, digo, todos. Cualquiera puede situarse en algún lugar de este tablero, verse en alguna ciudad, algún libro, infancia, no volver del cuerpo del amor. Todos, digo, cualquiera puede ser su peor noticia para sus seres queridos, y algún día lo será. Todos, digo, todos seremos el temblor desconsolado, la búsqueda de algo más entre lo absurdo de esta partida, digo, cualquiera puede morir sin despedirse, todavía no tienes por qué despedirte, pero ese cualquiera, ese digo, pueden ser los que te acompañan y caen en la levedad de este tablero, con temas aún por resolver. No me refiero a que ejecutes todos tus movimientos pendientes. Solo digo, digo, que a veces nunca te recuperas de este vacío desolador, de este brutal jaque mate.

III

Siéntate conmigo en este sofá. Ven aquí, a mi hombro y cuéntame tu viaje, esa mudanza interior. Intenta huir conmigo de esta soledad sin escapatoria, cuando jamás recuperas la puerta abierta ni aquellas manos que ofrecían el plato lleno, cuando cierras los ojos para que el mundo parezca más habitable. No hablo de máscaras ni artificios, hablo del dolor, la verdad del dolor, el ahogo de la pérdida.  Esto, sólo esto. Escribo para que entiendas que no estás solo. Siéntate. En este hogar eres siempre bienvenido.

VI

Ese niño de seis años jugando con su madre en el mar, sobre una tabla, ese niño de seis años que se divierte cuando su padre lo alza al aire, sabiendo que pedirá otra vez el mismo chapuzón. Ese niño de seis años llamará al abuelo que no quita ojo al nieto bajo sus gafas de sol, a su mayor orgullo, y traerá la fruta para el sofoco, le contará sus historias de jugador de fútbol, sus regates, porque sabe que ese nieto, su ojito derecho, ve un héroe tras cada anécdota. Y la abuela avisará para comer. La tía seguirá con él porque es un hijo para ella. Ese helado de chocolate que le regala, ese volver al agua un poco más, ese abrazo porque no hace pie, son su maternidad. Paseo estas playas con la huella de ese niño de seis años porque esta espuma contra mis tobillos me recuerda que, ahora, mi abuela va en silla de ruedas, que el Alzheimer de mi abuelo hizo olvidar aquellas historias, que me recoloco hoy sus gafas de sol. Si quienes miran supieran esto no verían un joven que se adentra en el agua, verían un hijo nadando el vacío de su madre, sin tabla que agarrar.

XXI- Habitación Alzheimer

Al otro lado de la puerta vi a mi abuelo morir sin ser mi abuelo.
¿Cómo se puede morir sin lo vivido?

Al otro lado de la puerta veo a mi padre morir sin ser mi padre.
¿Dónde está mi padre?

Yo no quiero ser esta herencia, no puedo ser esta herencia.
Pero al otro lado de la puerta me estoy esperando.

XXXIX

Nada desaparece para siempre, resiste en algún sitio, alguna fotografía, algún colgante o carta de despedida, cualquier cosa como una puerta entornada de regreso. Nada desaparece del todo, aunque esté vacío su lugar y no podamos alcanzarlo, sigue ahí, de alguna forma, consolando tanto vacío absurdo y pérdida sin sentido. Nada en esta vida muere por completo, permanece en algún lugar de nosotros. Aún somos su último aliento.

 

(Fuente: Zenda libros)


 

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