martes, 16 de noviembre de 2021

Carlos Cociña (Concepción, Chile, 1950)

 

/ selección













 
 
Nuevamente perdí Ítaca. Para sus habitantes desapareció cuando comenzaron a caminar un centímetro sobre el suelo. Ese sueño siempre lo quise, pero sabía que ni siquiera la imaginación amarraría esas tierras al mar. Los viajes tuvieron que realizarse en las aguas, y las ítacas se perdieron en el aire. Otras islas vendrán a estos territorios. Las ocuparemos para alejarnos de ellas en los únicos viajes posibles. Aquéllos que nunca nos alejarán del primer valle o playa donde no supinos de nada, pero siempre estuvimos ahí.

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En los kilómetros de mar, de pronto está todo por construirse y, aunque acabo de regresar de la marea, nada existe de lo que creí soñaba. Por lo mismo, una gran isla vista desde esta posición, es una isla en esta posición. Es éste el caso de dormir como un acto activo, donde se oye claro desde alguna de las tantas orillas que se vislumbran en la imaginación de los sentidos.

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Lo que parece una circunferencia es una onda cuyos límites continuamente se desdoblan, pero sus efectos tardan en manifestarse. En todo caso, lo aparente permite acercarse con cierta exactitud a la emoción que resurge. De igual manera, aumenta el ciclo devaluatorio de la operacionalidad de los elementos que se entienden como registrables, en la medida que el punto de fuga varía pues actúa como referencia antropomórfica. Sujetos a esas variables, los sentidos aparecen como los más confiables para ejecutar las acciones apropiadas. Pero no se puede desconocer que finalmente estamos a niveles de imaginario. Donde estos sistemas colapsan casi invariablemente es en el área de las relaciones interpersonales. Otros efectos, múltiples e inesperados, ni siquiera permiten suponer que la causalidad es un indicador utilizable como modelo. Todo momento se transforma en imaginario, expresado en los flujos del deseo.

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Se acerca el tren;
sus luces van sobre las lomas.
No son los carros del tren,
es un gran gallinero extendido sobre los árboles
del cerro.
Ese tren va a las tierras cardinales.
En sus ventanas iluminadas se refleja
el gran transatlántico,
entre los valles de maíz, encendido
entre los insectos que vibran en vuelo.
 
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Jardines

(fragmento)

En medio del sendero una jauría se disuelve en desbandada.
La forma de expandirse no tiene como referencia el lugar
desde donde comenzó. Las carreras, aparentemente erráticas
entre los arbustos, también pueden ser por la copa de los árboles,
incluso en otro lugar. El sonido no se produce determinado
sino en todo el cuerpo que se desplaza moviendo ramas y hierbas.
El aire se deshoja en muchos puntos apenas determinables
y a su vez vibra en otros provocando efervescencia en las
direcciones de la luz. Vendavales produce el paso
entre las pequeñas agrupaciones de agua, alterando otra vez
la luminosidad. Abierto queda el aire.

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afecto 05


Si la realidad es el mundo que nos rodea, sin realidad no hay conciencia. El cerebro existe pues es parte de ella. La conciencia puede existir sin que el mundo externo module su actividad. Cuando lucubramos, recordamos o soñamos no se requiere necesariamente una entrada sensorial. El mundo sólo se puede captar con el cerebro; captar es, en sí mismo, una función cerebral. El cerebro simula la realidad. Tiene que hacerlo porque el tamaño de la cabeza y del cuerpo es pequeño comparado con el tamaño de la realidad. Allí sólo caben descripciones. Si por conciencia se entiende construir una imagen, entonces la realidad es ésa. Tan cercana está la realidad de lo que vemos. Por eso cuando cae un árbol en la selva, y no hay quien lo oiga, no produce sonido. El sonido es una interpretación que hace el cerebro de las vibraciones del aire producidas por el árbol que se derrumba. Las vibraciones en el aire son el amor.

Ref. Rodolfo Llinás. Entrevista de Javier López R.

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Por ahora 01, anexo




El paciente se encuentra en peores condiciones. Siguen construyendo el edificio del frente. Ya han hecho la excavación y han cubierto de cemento los bordes. Las casas aledañas están al borde del abismo. Han comenzado los camiones a traer las mezclas y las personas descargan los sostenedores de la estructura básica que contendrá la obra. El paciente está en una condición estable, sin embargo, en cualquier momento se puede desestabilizar. Es imprevisible el momento en que ello ocurra, lo que aumenta con la inestabilidad del terreno. Hay gran ruido en el entorno, y polvo en suspensión. Las máquinas entran al espacio sonoro aleatoriamente, no así el proceso que tiene secuencias exactas. El paciente se mantiene en silencio, ahondando el desconocimiento de las arquitecturas primarias. El trabajo en la construcción no se ve. Hay ausencia de máquinas, aunque se percibe el sonido de aquéllos que trabajan en el fondo. Con seguridad son artesanías elementales. A veces algo indica que el paciente está en fase crítica. No alcanzo a ver si se han producido derrumbes de tierra o en los andamios iniciales. Sólo puedo estar muy atento a los cambios que pueden ocurrir. Tengo miedo. Mucho. Los trabajos continúan y de vez en cuando se ve una manga que se levanta para luego desaparecer en el fondo. Son los conductos que provisoriamente llevan líquidos. El ritmo es más calmo y el martilleo improvisadamente rítmico. Las paredes contienen el terreno. El paciente ha entrado en una fase donde la liviandad de los soportes es su fortaleza. Los vehículos con cemento giran sus tolvas descargando material y un sonido advierte el movimiento de retroceso. Luego un ruido parejo, imperturbable. Los cierres provisorios hacia la calle, cuando se abren, permiten ver los alzaprimas de color rojo y las mallas que comienzan a cubrir los bordes de los sostenedores del terreno. El paciente cree que diversificando sus actividades podrá mantener el control, sin necesidad de reforzamientos. Arriban nuevas máquinas, que con grandes brazos mecánicos articulados inyectan a presión material en la base y paredes, cuyo soporte primario está elaborado en una primera etapa que aún no se ve. Las estructuras de fierro recién preensambladas son descargadas de camiones planos que ocupan gran parte de la calle. El paciente duerme, al parecer plácidamente. Me preocupan las fisuras que pueden quedar tras los cierros. En la construcción comienza el fin de semana y el silencio baja junto al polvo en suspensión que aumentó progresivamente en los días previos. Se empieza a vislumbrar el armazón que se levanta desde la sima. A pesar de que el viento no alcanza a bajar y traspasar los sostenedores, el aire adquiere luminosidad entre lo que parecen delgados alzamientos. Tengo temor de la inactividad que se acerca. Y estaré ahí, tenso y en extremo expectante. El paciente habla desde los lugares en que no tiene tal condición. Ahora claramente han comenzado a emerger los fierros colocados en su posición definitiva. El ruido de la manipulación de los mismos se asemeja al de las fichas en un juego de azar. El paciente se mantiene en un rango amplio de inestabilidades, aunque al parecer no son extremas. Mi confianza es inversamente proporcional. Por primera vez algunas estructuras interfieren el paso de la luz que por momentos cegaba. Claramente se trabaja y se percibe en un sonido constante. Llegan nuevos vehículos, y aunque está todo preparado, lo fortuito está siempre presente, sobre todo en las acciones de retroceso para emplazar las máquinas. El paciente comienza a realizar actividades cotidianas. Estoy en la precariedad de los andamios.

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Fotografía de Juan Carlos Villavicencio
 
 
(Fuente: La comparecencia infinita)

 

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