Tarde nebulosa y sin brillo
Caen gotas de lluvia,
Y hay nubes
Que se atropellan, bailando.
La luz del sol,
Indecisa —muy escasa,
Reflejo de una lámina gastada
Cae en la planicie
en donde
yo aguardo el inicio de la corrida.
Caballos y jinetes
En un tropel imponente
En vértigo arriesgado
Aparecen
allá en el fondo...
Y la luz,
De repente,
se torna un poco dorada.
La alegría
De aquella
Espléndida juventud
—¡Qué pasa!
Y el estruendo seco y sordo
De los caballos
En delirio, galopando
Me dan una vibración viril
Y una saludable tristeza.
La lluvia surge más densa;
—Ahora,
Con remolinos,
Granítica, sin ligereza
Empapando el verde césped.
Y la multitud
Que persiste
En esperar
Para ver la apoteosis final.
A pesar de los aguaceros,
Y a pesar del viento fuerte
Casi cortante,
El garbo gentil y atlético
De los jinetes,
Es, sobre mis nervios,
Un toque dominante
Sensualísimo, vibrante...
Una carcajada
Metálica —de mujer
Suena
Como vidriera quebrada
Por un encontrón brutal.
Y el esfuerzo
Que hago
Para no mostrar a los otros
Mi hondo sentir,
Acaba
Por tornarme
Débil, pálido, vencido.
Salgo.
—En el aire
Vive un haz de luz Solar.
en Olimpíadas (1927), incluido en Antología breve de la poesía portuguesa del siglo XX (Instituto Politécnico Nacional, México, 1998, selec. y trad. de Mario Morales Castro).
(Fuente: Asamblea de palabras)
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