lunes, 15 de noviembre de 2021

Adélia Prado (Brasil, 1935)

 

 





CHORINHO DULCE


Ya tuve y perdí

una casa,

un jardín,

un umbral,

una puerta,

un marco de ventana con un perfil.

Sabía una modinha y no la sé más.

Cuando la vida da descanso, vuelvo a querer

el umbral,

el portal,

el jardín

más la casa,

el marco de la ventana y aquella cara abandonada

Todo imposible, todo de otro dueño,

todo de tiempo y viento.

Entonces me da por llorar, horas y horas,

el corazón ablandado como un higo en almíbar.


CASAMIENTO


Hay mujeres que dicen:

Mi marido, si quiere pescar, que pesque,

pero que limpie el pescado.

Yo no. A cualquier hora de la noche me levanto,

ayudo a descamar, abrir, cortar y salar.

Es tan bueno, nosotros solos en la cocina,

de vez en cuando los codos se tropiezan

él cuenta cosas como “éste fue difícil”,

“plateó en el aire dando coletazos”

y hace el gesto con la mano.

El silencio de cuando nos vimos por primera vez

atraviesa la cocina como un río profundo.

Por fin, el pescado en la bandeja,

vamos a dormir. Cosas plateadas estallan:

somos novio y novia.


METAMORFOSIS


Fue así que mi padre me dijo una vez:

estás hecho un caballo viejo buscando la gruta.

Las cigarras aferraban las patas a los troncos

y zumbaban con decisión su silbido.

Los árboles cantaban en el patio,

renovadas las hojas de un verde novísimo.

Expandí las narinas y fui a pastar

con mi cabeza minúscula.

Lo más caliente y amarillo que puede ser,

era el sol, un día de pura luz.

Mugí entre las vacas, antediluviana,

sé de arbustos, agua que encontré y bebí.

Al volver sacudí el cuello y la cola.

Quedaron solo dos señales:

un modo goloso de olfatear lo verde;

un modo de pisar, solo pezuña y piedras.

 

 

 

(Fuente: La Parada Poética)

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