viernes, 19 de noviembre de 2021

Yannis Ritsos (Grecia, 1909-1990)

 

La señora de las viñas I

 


 
 
 
Señora de las viñas, a quien vimos, tras la red de la alameda,
ordenar al amanecer las casas de las águilas y los pastores,
sobre tu falda, el Lucero de la Mañana atravesaba las anchas sombras de las hojas de las vides.

Dos abejas inmaduramente despiertas colgaban en tus oídos como pendientes
y el azahar te iluminaba el negro y ardiente camino.

Señora morena a quien el reflejo doró las manos como el icono de la Virgen,
tras tu nuca, en el vello ensortijado, chisporroteó el frescor de la noche
y, como si la galaxia se arrepintiese un poco antes de apagarse,
ató un collar a tu cuello para derramarlo en el calor de tu seno.

Y el silencio era jalea como leche en una tina de abeto,
y la tierra labrada olía como la iglesia en el día de las Palmas,
y el creyente salía de su sueño como sale el cangrejo del agua por la playa,
y en su fresco guijarro la mañana azul brilla con dos manchas de estrellas.

Clara Señora, qué tranquilos los primeros buenos días del naranjo silvestre,
qué tranquilo tu paso y la respiración del pez al lado de la luna,
qué tranquilo el parloteo de la hormiga ante la iglesia de la margarita.
Ah, qué oro deja el rayo de sol en la gota de rocío,
cuando el ave te cuelga del rostro la rama de siete brotes de la acacia.
Ah, cuánto polen se funde en la boca de la abeja para la miel,
cuánto silencio en tu corazón para el canto.

A lo lejos, la noche se mezcla con el alba en un firme estremecimiento
y a ti tus dos manos, atadas a las rodillas de la calma, te brillan
como dos palomas de luz inquebrantable sobre el bosque.
 
 
 

 en La señora de las viñas (1954), incluido en  Antología de la poesía griega. Desde el siglo XI hasta nuestros días  (Ediciones Clásicas, Madrid, 1997, ed. de José Antonio Moreno Jurado).
 
 
 
(Fuente: Asamblea de palabras)

 

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