Dejé
un ojo
en ese fresco
que Osiris
estampó
en la Casa de los Vettius,
intruso aceptado,
colonial.
Y entre serpientes
enroscadas al cuerpo de Hércules,
trirremes y nubes de mármol,
ocre, rojo cianífero
y agostos crema de huevo,
batallas navales, olas ariscas,
y un Príapo
que sopesa su falo descomunal,
una balanza
con platillos de oro
y frutas celestemayor;
una mujer embozada
le da la espalda,
suspensa dionisíaca:
una rueda
noble y principal,
al modo de esos amorcillos
querubinescos
y sus alas replicantes,
ocupados en tareas domésticas.
Amasar, pisar uva para el vino,
ornamentar, encortinar,
retorcerle el cogote a un pollo.
Y Osiris,
en amago susceptible,
porosas piedras negras,
esponjas a la caza
de un delfín,
el friso casi verde oscuro,
antílopes,
ofrendas perfumadas
al macho cabrío,
peces griegos,
artimañas míticas,
gallos que se comen las crestas,
hierro y clavos de bronce,
el dios migrante,
compone y espía,
atribuye,
embellece como
una medusa
palpitante,
mide terreno,
mientras Teseo
huye en su nave.
El día
fue plenitud
y sol.
Un panino:
10000 liras.
Proveniente
de Gatwick,
vuelo 324,
1997.
Al anochecer
cuando las vestales
se guardan,
crujen las escamas
y el vientre de Anubis.
- Inédito-
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