Milagros
Yo por mi parte no conozco más que milagros.
Ya sea que camine por las calles de Manhattan
o levante los ojos más allá de los tejados y mire el cielo
o ande descalzo por la playa a la orilla del mar
o me pare debajo de los árboles en el bosque
o converse en el día con una persona querida
o me siente a la mesa con otro
o mire a los desconocidos que van frente a mí en el tranvía
o bien observe a las abejas volar alrededor de su colmena
un mediodía de verano
o a los animales que pacen en el campo
o la maravilla de la puesta de sol o las estrellas tan
silenciosas y tan brillantes
o la fina, exquisita, delgada curva de la luna nueva en la primavera
esas cosas y todas las otras, todas y cada una, son para mí, milagros
todo relacionado en un solo conjunto y cada cosa, sin embargo, distinta y en su lugar
para mí cada hora del día y de la noche es un milagro.
Cada pulgada cúbica de espacio es un milagro.
Cada vara cuadrada de superficie hasta que hierve de milagros
para mí el mar es un incesante milagro,
los peces que nadan en él —las rocas— el movimiento de las olas —los barcos y los hombres
que viajan en ellos,
¿es que hay acaso más extraños milagros?
Trad. José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal
(Fuente: Asamblea de palabras)
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