La poesía y los imbéciles
Revista Poesía, Nº 9, Buenos Aires, 1961
Aldo Pellegrini (1903 – 1973)
La poesía tiene una puerta
herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para
los inocentes. No es una puerta cerrada con llave o con cerrojo, pero su
estructura es tal que, por más esfuerzos que hagan los imbéciles, no
pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de los inocentes. Nada
hay más opuesto a la imbecilidad que la inocencia. La característica
del imbécil es su aspiración sistemática de cierto orden de poder. El
inocente, en cambio, se niega a ejercer el poder porque los tiene todos.
Por supuesto, es el pueblo el poseedor
potencial de la suprema actitud poética: la inocencia. Y en el pueblo,
aquellos que sienten la coerción del poder como un dolor. El inocente,
conscientemente o no, se mueve en un mundo de valores (el amor, en
primer término), el imbécil se mueve en un mundo en el cual el único
valor está dado por el ejercicio del poder.
Los imbéciles buscan el poder en
cualquier forma de autoridad: el dinero en primer término, y toda la
estructura del estado, desde el poder de los gobernantes hasta el
microscópico, pero corrosivo y siniestro poder de los burócratas, desde
el poder de la iglesia hasta el poder del periodismo, desde el poder de
los banqueros hasta el poder que dan las leyes. Toda esa suma de poder
está organizada contra la poesía.
Como la poesía significa libertad,
significa afirmación del hombre auténtico, del hombre que intenta
realizarse, indudablemente tiene cierto prestigio ante los imbéciles. En
ese mundo falsificado y artificial que ellos construyen, los imbéciles
necesitan artículos de lujo: cortinados, bibelots, joyería, y algo así
como la poesía. En esa poesía que ellos usan, la palabra y la imagen se
convierten en elementos decorativos, y de ese modo se destruye su poder
de incandescencia. Así se crea la llamada “poesía oficial”, poesía de
lentejuelas, poesía que suena a hueco.
La poesía no es más que esa violenta
necesidad de afirmar su ser que impulsa al hombre. Se opone a la
voluntad de no ser que guía a las multitudes domesticadas, y se opone a
la voluntad de ser en los otros que se manifiesta en quienes ejercen el
poder.
Los imbéciles viven en un mundo
artificial y falso: basados en el poder que se puede ejercer sobre
otros, niegan la rotunda realidad de lo humano, a la que sustituyen por
esquemas huecos. El mundo del poder es un mundo vacío de sentido, fuera
de la realidad. El poeta busca en la palabra no un modo de expresarse
sino un modo de participar en la realidad misma. Recurre a la palabra,
pero busca en ella su valor originario, la magia del momento de la
creación del verbo, momento en que no era un signo, sino parte de la
realidad misma. El poeta mediante el verbo no expresa la realidad sino
participa de ella misma.
La puerta de la poesía no tiene llave ni
cerrojo: se defiende por su calidad de incandescencia. Sólo los
inocentes, que tiene el hábito del fuego purificador, que tienen dedos
ardientes, pueden abrir esa puerta y por ella penetran en la realidad.
La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario