miércoles, 22 de enero de 2014

Un texto de Jorge Eduardo Eielson



“Entre conciencia e inocencia hay siempre una muralla
que la poesía raras veces logra superar. Los poetas demasiado
seguros de lo que es la poesía no son nunca buenos poetas.
Pero la inocencia no impide la construcción de una poética. Es
más, ella es el cemento que sostiene dicha construcción. Los
poemas, las palabras, el lenguaje, con los cuales el poeta se va
edificando a sí mismo, son por ello y al mismo tiempo, un
desafío y una transgresión: como los enamorados y los niños,
el poeta rehúsa todo acomodamiento o compromiso con el
mundo exterior, con la sociedad en que vive. El será poeta
tan sólo en la medida en que continúe obstinadamente en esta
actitud. No se trata de romanticismo ni de “poetas malditos”.
Todo lo contrario: es su condición virginal, inocente, la que no
encaja nunca en ninguna sociedad organizada. Dicho esto,
recuerdo vagamente -¡ha pasado tanto tiempo!- algunos
instantes supremos, algunos desmayos, algunas noches
centelleantes, algunas visiones crueles, en plena juventud, del
tiempo que pasa, de la destrucción y de la muerte; algunas
imágenes fastuosas que brotaban de mi alma y me hacían
sollozar; alguna horas eternas con el ser amado y otras
abandonado a mi mismo, roído por la desventura humana, por
el fragor lejano -pero inmediato para mi- de la guerra y sus
horrores. La poesía era todo para mi, entonces, como lo es
todavía aunque gran parte de la divina inocencia de esos años
haya sido devorada por la conciencia.”

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