"Escribir sería un acto insípido y superfluo si uno pudiese llorar a discreción, imitar a los niños y a las mujeres presas de furor. En la materia de la que estamos amasados, en su más profunda impureza, se encuentra un principio de amargura, que sólo suavizan las lágrimas. Si cada vez que las penas nos asaltan, tuviéramos la posibilidad de librarnos por el llanto, las enfermedades vagas y la poesía desaparecerían. Pero una reticencia nativa, agravada por la educación, o un funcionamiento defectuoso de las glándulas lacrimales, nos condenan al martirio de los ojos secos. Y además, los gritos, las tempestades de reniegos, la automaceración y las uñas clavadas en la carne, con las consolaciones de un espectáculo de sangre, no figuran ya entre nuestros procedimientos terapéuticos. De aquí se sigue que estamos todos enfermos y que necesitaríamos un Sahara cada uno para aullar a gusto, o las orillas de un mar elegíaco y fogoso para mezclar a sus lamentos desencadenados nuestros lamentos más desencadenados todavía. Nuestros paroxismos exigen el marco de lo sublime caricaturesco, de lo infinito apoplético, la visión de una horca donde el firmamento sirviera de patíbulo a nuestras osamentas y a los elementos."
Cioran, Breviario de podredumbre.
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