miércoles, 7 de noviembre de 2018

Walt Whitman

Yo canto al cuerpo eléctrico


1

Yo canto al cuerpo eléctrico,
Me abrazan los ejércitos de quienes amo y yo los abrazo,
No han de soltarme hasta que yo vaya con ellos, hasta que les responda,
Hasta que yo los purifique y los colme con la carga de mi alma.

¿No es sabido que quienes corrompen su cuerpo están ocultándose?
¿Y quienes profanan a los vivos son tan viles como quienes profanan a los muertos?
¿Y que el cuerpo no vale menos que el alma?
¿Y si el cuerpo no fuese alma, qué es el alma?


2

El alma del cuerpo de un hombre o del cuerpo de una mujer no admite explicación,
El cuerpo del hombre es perfecto, y es perfecto el cuerpo de la mujer.

La expresión de la cara no admite explicación,
Pero la expresión de un hombre cabal no sólo está en la cara,
Está en los miembros y en las coyunturas también, está, curiosamente, en las coyunturas de las caderas y de las muñecas,
Está en su andar, en el porte de su cuello, en la flexión del talle y de las rodillas; la ropa no la oculta;
Su fuerte y dulce identidad se abre paso a través del algodón y la lustrina,
Verlo pasar expresa tanto como el mejor poema, y acaso más,
Os detenéis para mirar su espalda y su nuca y sus hombros.

La negligencia y la redondez de los niños, los senos y las cabezas de las mujeres, los pliegues de sus vestidos, su andar al cruzarse en la calle con nosotros, el contorno de sus caderas,
El nadador desnudo en la pileta atravesando el transparente resplandor verde y tendido de espaldas y silenciosamente flotando sobre las agitadas aguas,
El rítmico balanceo de los remeros en los botes de remo, el jinete en su silla
Muchachas, madres, amas de llaves en todas sus tareas,
El grupo de trabajadores sentados al mediodía ante la comida y sus mujeres que les sirven,
La mujer que sosiega al niño, la hija del granjero en el huerto o en el establo,
el peón que está carpiendo el maizal, el conductor del trineo que guía entre la turba a sus seis caballos,
El forcejear de los que luchan, dos aprendices ya crecidos, animosos, afables, americanos, en el baldío al atardecer después del trabajo,
Los sacos y las gorras tiradas, el abrazo del amor y de la resistencia,
El abrazo de arriba y el de abajo, el pelo revuelto que les encegué los ojos;
La marcha de los bomberos uniformados, el juego de los músculos varoniles a través de los pantalones ceñidos y de los cintos,
El cansado regreso desde el incendio, la pausa cuando la campana vuelve a sonar y su llamado los detiene,
Las diversas actitudes, espontáneas, perfectas, la cabeza inclinada, los cuellos encorvados y el contar;
A ellos los quiero, me suelto, paso sin traba y estoy en el regazo de la madre con el pequeño,
Nado con los que nadan, lucho con los que luchan, marcho con los bomberos y me detengo, escucho, cuento.





(Trad. Jorge L. Borges)




(Fuente: Biblioteca Ignoria)

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