LA NUEVA INTELIGENCIA
Después de que el conocimiento extinguiera el último de los bellosincendios nuestra devoción por perdurar había fracasado, volvemos
a casa al amanecer por la zona peatonal, hacia un domicilio
más humilde que el que queda atrás. Una puerta sin misterio,
un salón sin decorar. Durante la hora que pasamos
a gusto en la ventana con vistas al jardín,
observamos un adorno floral de color herrumbre y verde gris,
una distracción en el centro cuyos lentos y persistentes
movimientos que seguro otra oración lo explicaría mejor si hubiera tiempo
o si las oraciones tuvieran fuerza. Y así admitir que lo que cae,
cae en solitario, perdido en el permanente crepúsculo de lo particular.
Que la mente que el miedo y la desilusión se ceban
llega a dominar el mundo que lo rodea, perverso como los húmedos
dedos del huésped que cambia el orden de los quesos apenas el anfitrión
se da la vuelta para servirle un cóctel. Una enfermedad de la voluntad, la forma
en el que el abedul artificial ramifica el arco y lo entrelaza de donde
cuelgan las manos los últimos pergaminos de la hoja y una inmensa colección
de primitivas formas de pájaro. Sacuden las plumas plegadas
como resultado de la nada con la que alguna vez nos conformaremos
con dejar el camino que encontremos. Me encanta eso de ti.
Me encanta que cuando te llamo en los días largos y monótonos, la funcionalidad
nos mantenga a uno de nosotros lejos del otro al que estoy llamando,
una persona tan hermosa para mí que ha visto mi torpeza
en la acera, pero aun así responde.
Digo que cuando caigo, caes a mi lado y el cemento
es reacio a disculparse. Que un gorrión que hoy se sienta en el alféizar
en busca de alivio para comunicar la nueva inteligencia.
Que el reto de la objetividad depende de la fe de uno mismo
en la exactitud de las percepciones de uno, que es como decir
que se confíe en la pureza del instrumento que se percibe.
Después de todo no moriré, no por ahora, pero seguiré viviendo desconcertado,
a partir de ahora en realidad, medio sordo a la realidad, en una habitación
perfumada con el fuego que nuestra inextinguible voluntad comienza.
THE NEW INTELLIGENCE
After knowledge extinguished the last of the beautifulfires our worship had failed to prolong, we walked
back home through pedestrian daylight, to a residence
humbler than the one left behind. A door without mystery,
a room without theme. For the hour that we spend
complacent at the window overlooking the garden,
we observe an arrangement in rust and gray-green,
a vagueness at the center whose slow, persistent
movements some sentence might explain if we had time
or strength for sentences. To admit that what falls
falls solitarily, lost in the permanent dusk of the particular.
That the mind that fear and disenchantment fatten
comes to boss the world around it, morbid as the damp-
fingered guest who rearranges the cheeses the minute the host
turns to fix her a cocktail. A disease of the will, the way
false birch branches arch and interlace from which
hands dangle last leaf-parchments and a very large array
of primitive bird-shapes. Their pasted feathers shake
in the aftermath of the nothing we will ever be content
to leave the way we found it. I love that about you.
I love that when I call you on the long drab days practicality
keeps one of us away from the other that I am calling
a person so beautiful to me that she has seen my awkwardness
on the actual sidewalk but she still answers anyway.
I say that when I fell you fell beside me and the concrete
refused to apologize. That a sparrow sat for a spell
on the windowsill today to communicate the new intelligence.
That the goal of objectivity depends upon one’s faith
in the accuracy of one’s perceptions, which is to say
a confidence in the purity of the perceiving instrument.
I won’t be dying after all, not now, but will go on living dizzily
hereafter in reality, half-deaf to reality, in the room
perfumed by the fire that our inextinguishable will begins.
Trad. Alejandra Huamán
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