sábado, 18 de enero de 2025

Cesáreo Martínez. (Arequipa, Perú, 1945 - 2002)

 



 
No es el día ni es la noche.
Sólo amanece o anochece; no lo sé.
Una sombra quebradiza se arrastra oscureciendo el aire
y la visión de las cosas.
No hay rastros de dioses ni la pezuña gris de las bestias
oliendo el arco iris.
Sólo amanece o anochece. No lo sé ni podré ya saberlo.
Seca y sorda es esta tierra.
Seca y sorda para mis sentidos (que ya no sienten);
para mis ojos que sabían tantear en la oscuridad.
 
Atrás, muy lejos, aúllan los abismos cirniendo la arena azul
del tiempo.
Sé que esos aullidos tienen una voz para mí. Una señal sutil
que salvaría mi cuerpo.
Pero ya no entiendo su parloteo; ya no percibo su mensaje.
No puedo volver la cabeza.
Algo atroz como los reflejos del sol en la nieve
me lo impide.
No puedo enderezar mis ideas.
 
Sólo tiemblo y habito en silencio.
No sé si amanece o anochece. Es incierta esta hora
y el miedo amenaza desde cualquier lugar.
Presintiendo que entraba en otros abismos, abrí los ojos
para no extraviarme.
Ni de día ni de noche. Sólo la tenaz niebla arrastrando
este mundo.
Sólo este chirriar de la niebla atormentando mis ojos.
Abro el corazón, entonces, para ver mejor. Mas el corazón
está flojo, pesado pedernal de niebla.
La gran puerta de Lima es la niebla. Sus patios y despensas
son de niebla.
Nacen en la niebla. Comen y se ayuntan en la niebla.
Si sueñan, sus sueños son de neblina.
En Lima sólo amanece o sólo anochece. No es el día,
que es perfecto y hecho de urgencias.
Ni es la noche, que es cerrada tutaytuta.
Penetré en la niebla a tajo abierto. Abrí la niebla para que
mis pies conocieran las arenas.
Y las arenas al principio calentaron mi corazón. Entonces
toqué las puertas de niebla.
 
Toqué las grandes y las chiquitas. Toqué las puertas diminutas.
Aquéllas que son alumbradas por la esperanza y la sombra de quien llega.
Pero jamás llegué. Descansé mucho para llegar tarde
sobre las arenas de la niebla.
La niebla es buena en Lima. Pero no es la noche.
No hay noche ni día en Lima.
Entre la niebla es difícil saber quién te habla, quién te ama,
quién te escupe.
Puede estar abierta la ciudad. Puede estar despierta
o dormida.
O pudieron haberla trastornado.
Pero la niebla te arrastra haciéndose extraño a ti mismo.
Urgido de sol trago niebla. No me equivoco. Transito bajo
la niebla ceremoniosamente.
Ahora ya no podré volver la cabeza.
Siento arder mis ojos y temo la enorme sombra de los
cerros que aún crece en mi memoria.


(Fuente: Lab De Poesía)

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