Albada
Trabajo todo el día y por la noche me emborracho.
La madrugada me despierta con muda oscuridad.
Pronto entrará la luz por la cortina del cuarto.
Hasta entonces, observo lo que no deja de estar:
la muerte indócil, cada día más próxima, vuelve
inútil cualquier otro pensamiento urgente
excepto el final y su hora.
Árido interrogatorio y, sin embargo, el miedo
de morir, y de estar muerto,
parpadea otra vez, aprieta y me sofoca.
La mente resplandece en blanco. No hay culpa
por el bien no hecho, el amor no dado, el tiempo
que se arranca; ni desconsuelo, pues no hay duda
de que una vida no basta para un escape lento
de los malos inicios y eso quizá nunca pase.
Nos aguarda la extinción al final del viaje
hacia el fondo de un total abismo eterno
para engullirnos siempre. No estar aquí,
no estar en ningún lugar, y, de repente,
nada más terrible, nada más certero.
Es una forma especial de tener miedo
que ningún truco disipa. La religión lo intentaba.
Este vasto brocado musical, de polillas alimento,
creado para pretender que nada nos mataba
y aquellos sofismas secos: No hay ser racional
que tema algo que no va a sentir, sin adivinar
lo peor: se van la vista y el ruido,
no hay tacto o gusto u olfato, nada con que pensar,
nadie a quien amar, nadie con quien conectar,
una anestesia de la que no se sale vivo.
Y permanece ahí, al filo de la mirada,
el pequeño borrón sin bordes, un frío animal
que alenta cada impulso y lo vuelve suspicacia.
Casi ninguna cosa sucede: ésta lo hará
y tal realización nos abrasa
en un horno de horror cuando nos halla
sin compañía o alcohol. No sirve ser valiente:
calmar al otro y enfrentar lo que asusta
no sacará a nadie de la tumba.
Ningún quejido o quiebre detendrá la muerte.
La luz se aviva y el cuarto toma forma.
Claro como grietas en el muro, lo que sabemos,
lo que sabremos y, aunque no hay escapatoria,
no podemos aceptarlo. De algún modo decidiremos.
Los teléfonos, agazapados, se alistan para sonar
en oficinas cerradas, y comienza a despertar
el mundo indiferente, en renta. Se desgasta
cual arcilla el cielo blanco.
No hay sol. Es hora del trabajo.
Los carteros, como doctores, van de casa en casa.
[1977]
Periódico de Poesía, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), 14 de octubre de 2024
Más poemas de Philip Larkin en Otra Iglesia Es Imposible, UNAM, Altazor, Eterna Cadencia, Rialta, Haroldo
Aubade
I work all day, and get half-drunk at night.
Waking at four to soundless dark, I stare.
In time the curtain-edges will grow light.
Till then I see what’s really always there:
Unresting death, a whole day nearer now,
Making all thought impossible but how
And where and when I shall myself die.
Arid interrogation: yet the dread
Of dying, and being dead,
Flashes afresh to hold and horrify.
The mind blanks at the glare. Not in remorse
—The good not done, the love not given, time
Torn off unused—nor wretchedly because
An only life can take so long to climb
Clear of its wrong beginnings, and may never;
But at the total emptiness for ever,
The sure extinction that we travel to
And shall be lost in always. Not to be here,
Not to be anywhere,
And soon; nothing more terrible, nothing more true.
This is a special way of being afraid
No trick dispels. Religion used to try,
That vast moth-eaten musical brocade
Created to pretend we never die,
And specious stuff that says No rational being
Can fear a thing it will not feel, not seeing
That this is what we fear—no sight, no sound,
No touch or taste or smell, nothing to think with,
Nothing to love or link with,
The anaesthetic from which none come round.
And so it stays just on the edge of vision,
A small unfocused blur, a standing chill
That slows each impulse down to indecision.
Most things may never happen: this one will,
And realisation of it rages out
In furnace-fear when we are caught without
People or drink. Courage is no good:
It means not scaring others. Being brave
Lets no one off the grave.
Death is no different whined at than withstood.
Slowly light strengthens, and the room takes shape.
It stands plain as a wardrobe, what we know,
Have always known, know that we can’t escape,
Yet can’t accept. One side will have to go.
Meanwhile telephones crouch, getting ready to ring
In locked-up offices, and all the uncaring
Intricate rented world begins to rouse.
The sky is white as clay, with no sun.
Work has to be done.
Postmen like doctors go from house to house.
Collected Poems, Farrar Straus and Giroux, 2001; Poetry Foundation
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Foto: Philip Larkin, julio de 1973 Barry Wilkinson/Radio Times/Getty Images
(Fuente: Otra Iglesia Es Imposible)
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