miércoles, 15 de enero de 2025

Thiago de Mello (Brasil, 1926 - 2022)

 

LA LUZ QUE ALUCINA

 

Mi hijo se murió de madrugada.
Él era un girasol, así de rojo,
como un caballo siempre de perfil,
un avestruz con odio hacia la arena,
un tulipán helado en el volcán.
Temía convertirse en compañero,
llena de espinas lilas la garganta
y anochecía con la voluntad
de romper el secreto en los cristales.
Pero era un ruiseñor si la mañana
llegaba en las laderas de la sierra
cubiertas por un musgo imperdonable.
Mi hijo yace muerto aquí a mi lado:
las estrellas que crecen en sus ojos
iluminan mis yerros más antiguos.
Pero de su tobillo se alza un canto
que me apacigua, porque muestra clavos
que le fueron hundidos por las aguas
que navegamos ciegos y abrazados
cual se abrazan los pájaros que huyen.
 
Ayer crucé con tres rinocerontes.
Con florido unicornio me llamaban
por el nombre que tuve cuando niño.
Mordidos por los pájaros nocturnos,
con pupilas de asombro me pedían
que con ellos me fuera antes del alba
hacia el sitio en que nacen las estrellas,
en tanto iban hundiéndose en el lodo
cubierto de amatistas y de garzas.
Quiero perderme, mas antes que se hundan,
que me dejen la piel, la piel les pido
que en carne viva sigan por el fango,
que me la dejen para que proteja
lo que aún queda en mi pecho de la infancia.


(Fuente: La Parada Poética)

 

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