Nunca dejé de hablar de la divina
proporción del amor y mi alma rota
masticó el corazón de la derrota
En París aprendí que a la cantina
de Baudelaire no se acerca el idiota
que odia besar la belleza remota
y emborracharse con lo que ilumina.
Y al volver a mi patria hubo un revuelo
porque puse al infierno de cabeza
y me acusaron de escupir el cielo
como si contagiara la certeza
de que lo eterno es la tristeza en vuelo.
Y hoy estoy muerto y brilla mi entereza.
(Fuente: Hugo Giovanetti Viola)
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