lunes, 3 de julio de 2023

Carlos Cociña (Concepción, Chile, 1950)

 

dos materiales








 
 
 
 
En versión expandida la casa es otra. Aparecen personas desconocidas, no extrañas, entre muros translúcidos. Incluye otras habitaciones, asentamientos, y es la misma. Se amplía en direcciones inesperadas a territorios lejanos. Hay más personas de las que puede cobijar, aunque su estancia y tránsito es parte de su sentido. Lo que se desconoce deja de desaparecer en su aire. La sensación de frío o de calor es perceptible, independiente de la temperatura de las estancias y el entorno. No se satura en condiciones extremas, limites que se evanecen y transforman en elementos de su condición. Se construye a sí misma con los materiales del visitante permanente, a expensas de lo que éste no puede ocultar. En su visión acotada, la casa está a ritmo de galope libre.

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Sólo humanos permiten que una a una y cientos de personas se ahoguen en el mar, sólo humanos arrojan personas, vivas o muertas, con un peso para que se pierdan en el mar, sólo humanos envían a decenas de personas a morir en las nieves de la montaña. Lo humano esté clausurado por el significado de lo humano. No importa cuántas veces una operación se aplique al cuerpo, pues no hay forma de escapar de lo humano, de salirse de lo humano. Se es víctima de una ilusión desgarradora. Todo otro animal no hace esas operaciones en otros animales, ni busca en el lenguaje una opción que lo olvide. Lo que el humano llama inhumano, sigue estando perfectamente acomodado dentro de él. Una a una y cientos de personas se ahogan en el mar, son arrojadas, vivas o muertas, con un peso para que se pierdan en el mar, enviadas a morir en las nieves de la montaña.

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(Fuente: La comparecencia infinita)

 

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