El Zafiro
Quizás, de todas las piedras preciosas, sea el zafiro, la más elegante.
¿Será
por las reminiscencias de la palabra zafiro? Porque por ejemplo,
¿recuerda a zafio, a ira, a faz, a quien ora o zafa, o airado levanta la
faz
al todopoderoso y clama venganza o justicia?
Pero
eso no es elegante. Tampoco lo contrario pertenece a la elegancia.
Abusar de los desprotegidos equivale a la ruindad. A lo zafio. Zafio
recuerda a zafiro.
¿Será
que tras cada piedra preciosa, oro, plata, malaquita, hay una historia
ruin, ejecutada por rufianes que remiten a lo zafio?
Ayer, hubiera querido adornarme con zafiros.
Con zafiros azules de las huestes de Sri Lanka o de Birmania.
Quería
conjurar el odio que me atenaza las entrañas. Quería revestirme de un
lujo insensato y paradójico. Quería cubrirme con la palabra zafiro.
Yo deseaba una intriga nocturna y pétrea, bajo el halo de la luna. Un zafiro azul bajo una luna de plata.
Llueve
ahora sobre Arizona, una lluvia gris, sedosa, marchita, y sin sentido.
¿Habrá arena en Arizona? Hay mucha arena en la palabra Arizona.
Ah,
cuánto habría dado por una ráfaga de zafiros azules que cruzaran la
noche, toda ella de sombra y de murmullos: esa lenta, tenaz y atroz
caligrafía.
No daré explicaciones.
Amo la palabra zafiro, la palabra ráfaga y faz, y la palabra Arizona.
Mientras, alguien engaña a la muchedumbre.
en Elogio del odio, Editorial Garceta, 2021
(Fuente: Descontexto)
No hay comentarios:
Publicar un comentario