domingo, 8 de enero de 2023

Hector Giuliano (Piamonte, Italia, 1947)

 


Esta es la memoria,
estos los ríos
en el corazón de Mendoza.
 
Esta la niñez
arrebujada en la nieve y los conejos,
la manos quemadas por el frío
y la tijera de podar vides y frutales;
y el sol,
una semilla seca en el espacio.
 
Este un rincón del Atuel,
de dudosa edad
y puntas de flecha
en discordancia angular
con algunas quebradas
de jumes y pájaro bobos.
 
Esta la distracción erosiva,
estas las aguas forzadas
por la potestad de los cerros
y las migrañas que bajan de ellos.
 
Y los mantos soterrados
de tonalitas, basaltos
y copiosas areniscas;
y los núcleos intrusivos
a disposición de la superficie
que va desde las cabeceras cordilleranas
hasta el Cajón del Burro,
y se ocultan
entre totorales y sapos
en ese brusco desvío del Sosneao.
 
Estas son las rocas lavadas,
la glaciación que se exprime
a golpes de lágrimas,
este es el fin del tirano candor
y el buen contentar,
de los brazos desiguales,
los sueños a tiritones y miedos
y la cena de puchero flaco.
 
Esta es la memoria,
este el plegamiento del oeste
que vuelca las corrientes cristalinas
del Diamante,
allí los riachos turbulentos
que mueren como las chicharras,
sin preámbulos ni pompas.
 
Aquí el fin ,
aquí los arenales que chupan
la última gota,
aquí ya no hay apego
a la irrealidad,
aquí lo eruptivo que falta de la tierra
y creemos que sobra.
 
Estos son los cauces
definitivamente punzantes
en su moribundia,
estos los lechos
definitivamente escasos;
angostas las espumas.
amables las honduras,
casi de risas;
astillas los pueblan,
azufre y cianuro se antojan
y danzan,
gordos los viejos riñones
devenidos colmos miserables.
 
¿Y el niño,
y la gloria del verano,
los insectos del oscurecer,
y el olor de las hojas
de los álamos en otoño?
¿Y los perros,
y las robustas sandías,
y el murmullo siempre misterioso
que brotaba de alfalfares y sauzales?
 
No sé,
algo sacramentado,
cascarones,
bronquios umbríos,
valles lenguados,
ventarrones que humean,
escoriales que no se le animan al cerro,
algo expuesto a vuelos y borrones.
 
Y uno aquí,
sediento,
aguileño,
la boca jadeante
con ceniza que arde;
aquí
sobre la mesa pelada,
mi dientes mendaces,
no sé en qué año,
no sé qué muerden,
tampoco me importa,
pese a la demasía de husos horarios,
chips, satélites y cosas que chorrean
tanto grasa como ojos sangrantes.
 
 
Héctor Giuliano
- Inédito -


 

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